Pantalla Grande

La maternal

De niña a mujer



Directora: Pilar Palomero

Guion: Pilar Palomero

Fotografía: Julián Elizalde  (Color) 

Supervisión musical: Frederic Schindler

Montaje: Sofía Escudé

Productores: Valèrie Delpierre, Álex Lafuente

Intérpretes: Carla Quílez, Àngela Cervantes, Jordan Dumes, Pepe Lorente, Olga Hueso, Rubén Martínez, Gal-la Sabaté, Neus Pàmies. 


Idioma (VOSE): Español, catalán

Duración: 122'

SESIÓN 08.05.24

La adolescencia es una etapa fundamental para el desarrollo de la personalidad, el momento en el que absolutamente todo se cuestiona, en el que comienzan a tomarse decisiones y a querer vivir conforme a ellas de forma libre e independiente. Es el momento de las primeras veces, de comenzar a disfrutar de la vida adulta, de iniciar el camino hacia la persona que se quiere (o se desea) ser. Para Carla (Carla Quílez), de catorce años de edad, todo pasa en ese momento por Efraín, su mejor amigo. Juntos juegan al fútbol, se defienden uno al otro y también se meten en líos entregándose al vandalismo por diversión. La vida de Carla no es fácil. Su madre gestiona un bar de carretera en los Monegros (que bien podría ser el del personaje de Penélope Cruz en Jamón, jamón de Bigas Luna) y siente que no le presta demasiada atención. La tuvo siendo muy joven. La intervención de los servicios sociales es una constante en sus vidas y serán los que se den cuenta del verdadero problema que atenaza a Carla: está embarazada de cinco meses.  

Tras Las niñas, su debut en el largometraje, la directora Pilar Palomero continúa explorando la preadolescencia aunque, en este caso, saliendo de su zona de confort. Si su primera y exitosa película estaba basada en vivencias autobiográficas, La maternal se centra en una historia ajena, un tema que, como destaca la propia cineasta, a la sociedad le «cuesta mirar» y tiene aún mucho de tabú: la maternidad en adolescentes. Fue la productora Valèrie Delpierre, con la que había trabajado ya en Las niñas, la que le sugirió esta temática para su segundo filme. Acertó. Durante el proceso de documentación, confiesa la directora, «sentí ganas de conocer más y continuar explorando». 

Ese proceso le llevó a contactar con un centro de acogida para madres adolescentes de Barcelona. A través de conversaciones con muchas de ellas (algunas aparecen en el filme), Palomero se percató de que eran casos con algunos elementos en común: «Que no es una maternidad que se decida, que llega cuando ya no hay vuelta atrás», asegura, y con condicionantes como las relaciones complejas que mantenían en muchos casos con sus respectivas madres o haber sufrido violencia de género o abusos. Pero, sobre todo, había algo que la realizadora quería contar sobre todas las cosas: «Una energía preciosa, una gracia particular con muchas ganas de hablar y de transmitir cómo han vivido ellas esa maternidad», explica. 

Sin duda esa hermosa energía está concentrada en el espectacular trabajo interpretativo de la debutante Carla Quílez, capaz de llevar sobre sus hombros por sí misma, desde el primer al último fotograma, el peso de toda la película e incluso de marcar el tono de la misma. Elegida a través de un cásting, «ya en la primera prueba me dejó alucinada y luego en el rodaje no hizo más que crecer y crecer», certifica la propia Pilar Palomero. Con un registro interpretativo lleno de matices y una sensibilidad fuera de lo común, Quílez es a la vez protagonista y testigo de una de las escenas centrales del filme, la que en realidad sirve para exponer, en formato de no ficción, las historias de muchas de las madres adolescentes que pasan por centros de acogida de este tipo. Narrada casi como un documental, Palomero tenía claro que era la secuencia central de la película. En ella opta por dejar hablar a los personajes y que sus testimonios desemboquen, en voz en off, sobre el rostro de Carla que se convierte en un espejo de emociones y, simplemente, se echa a llorar cuando una de las compañeras habla de su madre. «Rodamos durante todo el día. Había un silencio en el set súper respetuoso. Me sentaba al lado de la cámara pero, en un momento dado en el que levanté la mirada, miré al resto del equipo y vi respeto hacia ellas, a lo que estaban haciendo, a su valentía, a su generosidad y también a la sensación de que estábamos haciendo algo que, de algún modo, va un poquito más allá del cine», explica la cineasta.

Son historias duras, pero narradas sin dramatismos y ese es precisamente el tono que la directora trata de imprimir a un filme que, si tiene un posicionamiento, es el de revestir de dignidad a unas adolescentes que se sienten señaladas y juzgadas por todo el mundo. «Tenía muy claro que no iba a ser una película ni complaciente y autocomplaciente», apostilla la cineasta, que integra de forma magistral y orgánica el trabajo de actrices profesionales y no profesionales. 

La película arranca con una soberbio prólogo centrado en la (compleja) relación de Carla con su madre (una también muy destacada interpretación de Àngela Cervantes). Es ésta una primera parte llena de inteligentes y expresivas elipsis en la que el sonido (el ruido de los camiones, el del tren o incluso las canciones de reguetón y música urbana que escucha y baila con gran fuerza y expresividad la protagonista) sirve para marcar el estado de ánimo de la niña. Muy ágil de dirección, el filme se sirve en estos primeros momentos de metraje de un argumento muy bien hilado y medido hasta avanzar en una segunda parte algo menos sorprendente, quizá más rutinaria, en la que prevalece el valor testimonial y casi documental de la lucha de las jóvenes que pasan por la experiencia de aprender a ser madres cuando en realidad siguen siendo niñas. El hecho de que algunas de las usuarias del centro e incluso algunos profesionales que integran su personal se interpreten a sí mismos en el filme proporciona autenticidad con escenas que, más allá de dar continuidad al desarrollo argumental, proporcionan un valor de realidad al mismo.

A nivel dramático, destaca la profundidad en la que se analiza la relación madre-hija, un tema que ya afloraba someramente en Las niñas, pero que en La maternal es uno de los temas centrales. Y a ello ayuda la especial química que irradian Carla Quílez y Àngela Cervantes, dos personajes que, paradójicamente, se necesitan mutuamente tanto como vivir su propia vida de forma independiente.

La tercera y última parte del filme, a modo de coda, recupera el escenario primigenio de los Monegros y, en cierta manera, introduce una nueva temática, las raíces. Sólo volviendo a ellas, parecen decir los ojos de la protagonista, se puede tener la perspectiva suficiente de la vida que se quiere vivir. Y ésta pasa por el abrazo y el consuelo de una madre. Da igual qué edad tenga. 

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