Pantalla Grande

El techo amarillo

El abuso desde la seducción



Directora: Isabel Coixet 

Guión: Isabel Coixet y Laura Ferrero

Investigación: Albert Llimós y Núria Juanico

Documentalista: Neus Mármol Baladas

Fotografía: Nada S. Zafra

Música: Suey

Montaje: Mariona Solé Altimira

Dirección de Producción: Ana Sánchez Palomo

Producción Ejecutiva: Isabel Coixet y Carla Sospedra Salvadó

Testimonios: Violeta Porta Alonso, Goretti Narcís Borràs, Aida Flix Filella, Sonia Palau Saurat, Cristina García Martínez, Marta Pachón Soto, Miriam Fuentes Farré


Idioma (VOSE): Catalán, Catalán

Duración: 94'

SESIÓN 06.03.24

En mayo de 2020, un reportaje de investigación de los periodistas Albert Llimós y Núria Juanico, publicado en el diario ARA, sacó a la luz veinte años de abusos sexuales en el Aula de Teatre de Lleida. Según el relato de alumnas y otras personas vinculadas al centro, Antonio Gómez, que fue profesor de la escuela durante décadas, luego jefe de estudios y después director, aprovechó su poder absoluto en el Aula para abusar sexualmente de numerosas chicas muy jóvenes, de entre 14 y 18 años. Unas fueron agredidas sexualmente, otras se creyeron “enamoradas” y mantuvieron relaciones falsamente “voluntarias” con un profesor manipulador que les doblaba la edad, otras sufrieron tocamientos o vejaciones en unas “clases” totalmente sexualizadas. El patrón siempre era el mismo: abuso de poder del profesor y fuerte sexualización de las clases (con el cuento de la libertad, la comunicación y la expresión teatrales). En 2018, nueve exalumnas presentaron ante la Fiscalía una denuncia contra el profesor, por abusos sexuales cometidos entre 2001 y 2008, cuando eran adolescentes. Pero el caso había prescrito y fue archivada. El profesor, que siempre ha negado los hechos, abandonó el centro en 2019 con una indemnización.

Cuando Isabel Coixet leyó el reportaje, decidió inmediatamente hacer un documental sobre el tema, para lo que reclutó a la escritora Laura Ferrero, con la que escribió el guión. Pero no las plataformas lo rechazaron porque era un caso prescrito, no había violaciones ni sangre y las víctimas parecían enteras y lúcidas, así que faltaba morbo. Finalmente, Coixet lo produjo para cine con su sello Miss Wasabi Films y la colaboración de TV3 y RTVE. En el estudio que dedicamos a la directora en el curso 2021-2022 (Isabel Coixet: Abrazar la niebla), analizamos su “filmografía documental” como expresión de la misma sensibilidad y las mismas preocupaciones de su obra de ficción, para construir «un punto de vista sobre la realidad». En este caso, la voz es la de siete mujeres que fueron víctimas de Antonio Gómez. El título de El techo amarillo procede de uno de los testimonios que recogía el reportaje de ARA: era el techo de una habitación de hostal, el recuerdo recurrente de la noche que la adolescente Cristina pasó con un profesor que le doblaba la edad. En los viajes para hacer bolos, Gómez siempre repartía las habitaciones de manera que le “tocaba” compartir habitación con alguna chica. «Sólo sabía que el techo era amarillo y que aquello no se acababa y que no sabía cómo iba a reaccionar», recordó ella. Luego, el profesor le dijo que lo olvidara, y añadió una frase que se quedó para siempre en la cabeza de la joven: «No debería haber dejado que pasara». Como si la responsable hubiera sido ella (¿les suena?).

La película combina el testimonio directo de las siete mujeres (Violeta, Goretti, Aida, Sonia, Cristina, Marta y Miriam), que hablan a la cámara, con imágenes de vídeo y fotografías de archivo de los ensayos y funciones del Aula, de los viajes y actividades “extraescolares” del grupo y de algunos programas informativos de la época. Antonio Gómez se negó a hablar con el equipo de la película. El Aula Municipal de Teatro de Lleida, creada en 1981, tenía en esa época 2.000 alumnos, desde tres años hasta adultos, desde una mera actividad educativa o de aficionados, hasta personas que soñaban con dedicarse al teatro. La élite era La Inestable 21, un grupo aficionado juvenil formado por chicas y chicos entre 14 y 19 años, que hacía representaciones y bolos, y que funcionaba como una secta controlada por Gómez. En los vídeos de archivo, pasamos de la ternura ante la ingenuidad e ilusión de esas jóvenes, que creen hacer “teatro social”, a una espeluznante “ceremonia” de iniciación oficiada por Gómez, entre la logia y la novatada, que da más miedo que la Bruja de Blair.

Uno de los aspectos más diabólicos de este caso es que, como dice una de las mujeres, vivieron «un abuso desde la seducción». Según todos los testimonios, Antonio Gómez era un dios para ellas, una estrella, un tipo carismático, transgresor, creativo, seguro de sí mismo. Todo el mundo quería hacer el taller con ese señor tan potente y tan guay. Si le caías bien, eras el rey o reina del Aula; si no, eras el pringado. Los abusos no eran sólo sexuales: a una chica la obligó a “salir del armario” ante el grupo, para luego reírse de ella. En las clases no había filtro; lo que él decía, se hacía. Pero, como dice Goretti, lo que se hacía no estaba bien, los ejercicios no estaban bien, lo que pasó allí durante veinte años no estaba bien. Es cierto que el teatro implica expresión libre, comunicación, afectividad y, a veces, contacto. Pero en las clases de Gómez había mucho contacto, mucho toqueteo, una “temperatura” muy alta… y él estaba siempre dentro de los ejercicios.

El tema central del caso y de la película es el consentimiento. Visto ahora desde fuera, podemos pensar que ese profesor no era más que un mediocre que se aprovechó de unas adolescentes ilusionadas, a las que hizo creerse “especiales” y “elegidas”, para crear su reino de poder absoluto (si hubiera sido tan genial, habría triunfado en los escenarios del mundo, en lugar de dar clase en una escuela municipal). Como dice una de ellas, eran muy jóvenes para entender que era una manipulación («No hubo fuerza, pero no me sentí partícipe», resume Goretti). Los clips de archivo ponen de manifiesto que ese deslumbramiento no era exclusivo de las jóvenes: hay fragmentos de programas culturales, siempre con la misma entrevistadora cómplice y a veces con la presencia del alcalde, que no paran de cantar sus alabanzas. Como ha dicho Isabel Coixet, «creo que ahí hay mucha trama extraña, la sensación de que alguien con carisma puede ganárselo todo, una trama política o, al menos, de connivencia con las autoridades, entre silencios cómplices». Para colmo se revela que Gómez creó “escuela” (de monstruos): desde Rubén, otro profesor más torpe (también denunciado por abusos), hasta los propios “compañeros” del grupo que no perdían ocasión de meter mano…

Según Isabel Coixet, cuando conoció a las mujeres, pensó que toda ficción que ella pudiera hacer no iba a estar a la altura de la verdad que ellas le transmitían… Están claras la pertinencia y oportunidad de esta película. Tras su estreno, han llegado noticias de que podría reabrirse (abrirse) el caso, al producirse nuevas denuncias de otras víctimas, referidas a un período posterior, que no habrían prescrito. «Para que luego digan que el cine no sirve para nada» (Laura Ferrero).

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