El director Wim Wenders (Paris, Texas, Cielo sobre Berlín), rinde homenaje al cineasta japonés Yasujirô Ozu con esta reflexión profundamente conmovedora y poética sobre cómo encontrar la belleza en el mundo cotidiano que nos rodea.
Hirayama parece totalmente satisfecho con su sencilla vida de limpiador de retretes en Tokio. Fuera de su estructurada rutina diaria, disfruta de su pasión por la música y los libros. Le encantan los árboles y les hace fotos. Una serie de encuentros inesperados revelan poco a poco más de su pasado.
En una escena de Perfect days la sobrina del protagonista le pregunta si las cintas de cassette que lleva en el coche se pueden meter en el iPhone, o si se pueden escuchar en Spotify, app que su tío desconoce por completo. Es la contraposición entre lo virtual e intangible de estos días y lo físico a lo que se aferra el personaje interpretado por Koji Yakusho. Un limpiador de wateres públicos que disfruta de esas viejas cintas desde hace décadas (Lou Reed, Patti Smith, Van Morrison), de los libros de segunda mano que compra cada semana… y de los momentos que nunca vuelven.
El director alemán Wim Wenders, más enfocado ultimamente hacia el documental con títulos como Pina y La sal de la tierra, regresa a su amado Tokio con una sencilla historia que empezó como un encargo de cuatro cortos sobre los aseos públicos de la capital japonesa y ha terminado como una de las películas más vitalistas de los últimos años.
Perfect days, escrita a medias con el guionista Takuma Takasaki, narra el día a día de Hirayama, un hombre poco hablador y del que no sabemos casi nada de su pasado, pero del que vamos conociendo su personalidad por sus acciones. La película describe cómo es su metódica jornada, desde que se despierta y riega sus plantas hasta que acaba su meticulosa tarea y acude a cenar siempre al mismo sitio. Hirayama disfruta de su trabajo y no se sale de su sencilla rutina, y a la vez tiene tiempo para admirar lo que el resto de la gente no percibe, como la luz filtrándose entre las hojas de los árboles en la pausa para la comida.
A lo largo de la película sobrevuelan las ideas de servicio público y de comunidad, necesarias en una ciudad tan densamente poblada como Tokio. Hirayama sabe que su trabajo es importante y por eso le pone todo su empeño. Para Wenders, la palabra «servicio» tiene una connotación completamente distinta en Japón respecto a la que le damos en Occidente: «Es una especie de actitud espiritual, un gesto de igualdad y modestia«.
En la primera hora de película apenas vemos algo que no sea la jornada de Hirayama, repitiéndose día tras día. Su respuesta ante los encuentros fugaces (un niño que se pierde, el sintecho que deambula enfrente de uno de los aseos) nos muestra a un personaje optimista, que ni siquiera se altera con las ocurrencias de su joven y descerebrado compañero de trabajo.
Solo en la segunda mitad de la película descubrimos algo del pasado del protagonista. La visita de una sobrina que se ha escapado de casa y el encuentro con su hermana nos cuentan que Hirayama ha elegido vivir la vida a su manera, y que seguramente venía de un ambiente acomodado.
En Perfect days -digo- no ocurre nada -o casi- porque lo que hace Wim Wenders es acompañar en su día a día a Hirayama, «en lo que se nos presenta como una fábula contemporánea engarzada por una delicada y compleja sensibilidad zen, cercana a la de las celdas monacales y en la que apenas un par de armarios, una lámpara y una mínima estantería contiene lo que precisa para ser -o sentirse- feliz, dichoso, donde nada sobra, pero donde nada falta, su ropa, sus libros, sus cintas de cassette y sus fotografías.» (Gorka Zubizarreta)
Son precisamente sus pertenencias materiales, las que nos manifiestan y explican, en parte, el carácter de Hirayama, alguien que sigue ojeando en las librerías de viejo, con calma y parsimonia, los ejemplares que pudiesen interesarle, alguien que oye su música -Lou Reed, Patti Smith, Van Morrison…- en viejas y anacrónicas cintas –tal vez una plasmación metafórica de las carreteras que transita a diario, precisamente escuchándolas– y que sigue utilizando una cámara de fotos analógica, cuyo nuevo carrete carga ritualmente en el chasis cada vez que entrega el antiguo para revelar y recoge las copias impresas en papel.
Esos detalles nos descubren a alguien que, sin las apetencias, ansias, objetivos y proyectos que definen muchas vidas, que en su gran mayoría desembocan en sueños ilusorios y recompensas fugaces, la suya es, la historia -o mejor, el relato- de una existencia austera, sobria, pero, sin embargo, plena.
El título viene de la canción Perfect Day de Lou Reed, que también se reproduce durante la película. Lou Reed es otro artista al que Wenders admira. La canción termina con el estribillo You’re going to reap just what you sow (“Vas a cosechar solo lo que siembres”), un arreglo sobre un famoso versículo bíblico, quede significar que si uno hace cosas buenas algún día será recompensado.
Wim Wenders, que emergió como figura del nuevo cine alemán en los 70 con Alicia en las ciudades, regresaba en 2023 con Perfect days al Festival de Cannes, donde ya consiguió la Palma de Oro por París, Texas en 1984. Y lo hizo con éxito tras muchos años sin buenas críticas en sus películas de ficción. La genial interpretación de Koji Yakusho, estrella del cine japonés y visto en producciones occidentales como Babel y Memorias de una geisha, se alzó con el merecido premio a mejor actor.