Como bien saben, es costumbre de este Cineclub estrenar películas no exhibidas en nuestra ciudad y lo más actuales que podamos conseguir. Incluso este año tenemos varias elegidas que son una auténtica exclusiva en Soria. Pero lo normal es que haya una demora de uno o dos años desde su estreno en España. No obstante, en privilegiadas ocasiones, alguna joya del cine ha sido rescatada, remasterizada y pulida, o como Serrat vendría a decir: “arregladita como pa’ ir de boda”. Este año la joya es Las hermanas Munekata, del que probablemente sea el padre del moderno cine japonés de posguerra: Yasujiro Ozu.
La catalogación de Ozu es interesante, para Occidente es el más japonés de los directores japoneses; sin embargo, su forma de rodar y separase de los cánones nipones, su forma occidentalizada de vestir y hasta el haber utilizado, en ocasiones, un seudónimo que denotaba una cierta admiración por Norteamérica (James Maki) le convirtió entre los suyos durante mucho tiempo como el más occidental de los directores japoneses.
Las hermanas Munekata pertenece a ese género cinematográfico llamado Shomin-geki, que es la sublimación de las películas de dramas familiares cotidianos y del que Ozu es su máximo exponente (con permiso de Mikio Naruse). Como botón de muestra, de esta misma temática tiene en Cuentos de Tokio la obra cumbre, considerada a lo largo de los años como una de las cinco mejores películas de la historia del cine.
Setsuko (Kinuyo Tanaka) y Mariko (Hideko Takamine) son unas hermanas entrañablemente unidas. La mayor de ellas, Setsuko, está casada. Su marido es un hombre alcoholizado y en paro al que las heridas emocionales y el resentimiento le han convertido en un hombre amargado. Setsuko, le es totalmente fiel pero el hombre al que verdaderamente amaba, Hiroshi (Ken Uehara ), tuvo que abandonar Japón antes de la guerra, encontrando a su vuelta a Setsuko ya casada.
Mariko es su hermana pequeña. Es mucho más joven que Setsuko, y por su jovialidad, su ropa y maneras desenfadadas, representa al Japón moderno occidentalizado frente al Japón tradicional de su hermana mayor. Mariko conoce perfectamente los sentimientos de Setsuko e intenta por todos los medios de convencerla para reiniciar su relación con su antiguo novio, Hiroshi.
La película es una auténtica perla de la etapa más madura y consolidada de Yasujirō Ozu. Con ella podremos identificar el estilo propio que le diferenció de otros grandes de su país como Kenji Mizoguchi, Mikio Naruse o Akira Kurosawa. Entre estos detalles resaltaremos la tendencia a utilizar el plano fijo, donde la cámara no realizaba ningún movimiento; prescindir de la llamada “regla de los 180 grados”, no sometiéndose a la dictadura del eje; no utilizar fundidos en negro o encadenados, entre secuencia y secuencia, recurriendo a lo que en él se convirtió en un sello inconfundible: el pillow shot o plano aholmada, introduciendo imágenes aleatorias o ilustrativas de la vida cotidiana: la torre de una pagoda, un tendido eléctrico, una calle en pleno bullicio…
Para terminar este curso intensivo del lenguaje cinematográfico de Ozu, les pediría que presten atención a la altura en la colocación de la cámara en numerosas secuencias. Ozu sentía predilección por situar la cámara a pocos centímetros del suelo, para tormento muscular de los operadores de sus películas. Se ha dado en llamar a esta técnica plano japonés, haciendo referencia a la posición arrodillada sobre los tatamis en que comen e interactúan en el hogar los ciudadanos del Sol Naciente. Esta explicación no está del todo clara, otros directores nipones no usaban en absoluto esta altura de cámara.
La cohabitación y en algunas ocasiones conflicto, entre el Japón tradicional y el nuevo se aprecia perfectamente entre las dos hermanas. El hieratismo y sobriedad en los movimientos de Setsuko, contrasta con el desenfado juvenil, la desinhibición y atolondramiento de Mariko, como símbolo de una época que quiere empezar de cero y vestirse como los jóvenes de Europa o de Estados Unidos, viajar por el mundo y olvidar una guerra de la que no conservan heridas.
Los guiones, dentro de su aparente sencillez, son uno de los puntos fuertes del cine de Yasujiro Ozu al conferir una indudable naturalidad a los sencillos dramas de las gentes corrientes. Por ese motivo sería injusto dejar en el olvido a Kogo Noda, el guionista de la mayoría de sus mejores obras. Son legendarios los retiros en las montañas, o en algún pueblo perdido, de director y guionista, y en los que durante semanas se dedicaban a crear una nueva película, consumiendo montones de papel y una cantidad aún mayor de botellas de sake.
En la reseña de la filmografía de Ozu me he limitado a relacionar solamente su producción de posguerra, evitando aburrirles con toda la relación de más de cincuenta películas. Les dejo con esta pequeña obra maestra del cine japonés. Descubrirán que con frecuencia en los relatos procedentes de culturas tan diferentes a la nuestra, la cotidianeidad es algo que les puede hacer más próximos e identificables a la mirada del ojo occidental; porque la institución familiar, con sus luces y sus sombras, es seguramente el único invento exitoso en la historia de la humanidad.