Varsovia, 1939. La mejor forma de sobrevivir es «mirar hacia abajo. No oír, no ver, no hablar. Ocuparte sólo de ti». Pero es justo la que no elige Irene Gut, una joven polaca católica que, tras la invasión nazi, es separada de su familia y obligada a trabajar para el Tercer Reich. «Polonia aún no se rinde» y ella, a pesar del miedo, tampoco. Se ha hecho a sí misma una promesa: salvar todas las vidas que pueda, cueste lo cueste, incluso la suya. La realidad siempre supera a la ficción y La promesa de Irene es un nuevo ejemplo de ello, porque la historia de esta joven es auténtica. Gut trabajó como ama de llaves del comandante de la Wehrmarcht Eduard Rügemer y aprovechó esta circunstancia para esconder a 12 judíos en el sótano de la vivienda del jerarca nazi. Su acción le valió la distinción Justa entre las Naciones del Memorial del Holocausto Yad Vashem de Jerusalén en los años 80. Sólo un poco antes Gut se había atrevido por fin a contar aquella dura experiencia en su libro autobiográfico My Hands:Memories of a Holocaust Rescuer.
La película dirigida por la canadiense Louise Archambault no se basa en esta obra, sino en la pieza teatral en la que Dan Gordon (guionista, por cierto, de filmes como Huracán Carter, Pasajero 57 u Homicidio en primer grado) sintetizaba aquellas memorias y que fue estrenada con éxito en Broadway en 2009. Gordon es de hecho el que firma también la adaptación de su obra teatral a la pantalla, una versión que, como aquella, tiene como objetivo principal testimoniar el pequeño (gran) acto de heroismo de esta joven que, asustada, pero con determinación, logró cambiar el destino de una docena de judíos e incluso también el del comandante Rügemer. En este sentido, Archambault destila mucha pericia cinematográfica desteatralizando la fuente original y, apoyándose en unos diálogos exquisitos, dotando de gran solvencia visual al filme gracias a una puesta en escena que construye un interesante juego simbólico con los espacios. Sin ser un thriller, la película mantiene de forma modélica la tensión y la intriga (¿descubrirá Rügemer que oculta a judíos en el sótano? ¿Qué pasará si lo hace?) pero, en esencia, La promesa de Irene es, más que una simple película histórica o de época, un retrato universal de las mejores cualidades del ser humano: la empatía, la solidaridad, la lealtad, el deseo de ayudar, el valor frente al miedo, la esperanza. De todas ellas va bien servida Irene, a la que da vida con una sutil convicción Sophie Nélisse (sí, la niña que también ayudaba a un judío en la Alemania nazi en La ladrona de libros). Para Nélisse La promesa de Irene es «una historia muy inspiradora» y, a pesar de los 80 años que la separan de la actualidad, «relevante en nuestra sociedad moderna. Creo que estamos tan cerrados y centrados en nuestras propias vidas que ni tan siquiera somos capaces de ver a las personas que están a nuestro lado», sostiene. Irene, por el contrario, «siempre puso los intereses de los demás por delante de los propios. Y ésa era la cualidad más importante que teníamos que destacar» en la película, confiesa la actriz de 24 años. Sin embargo, Irene, de fuertes convicciones religiosas, nunca quiso dar importancia a su heroicidad y la mantuvo en secreto hasta que, a mediados de los años 70, conoció a un negacionista del Holocausto judío y se decidió a compartir su historia para dar testimonio del genocidio que ella había conocido de primera mano. Como la propia Gut señaló, «los primeros pasos siempre son pequeños» y, en su caso, comenzaron escondiendo comida bajo una valla para alimentar a los judíos para después, finalmente, avanzar hasta comprometer su propia vida ocultando a una docena de ellos. Fue una mujer «brillante que jamás perdió su norte moral pese a estar sumida en la oscuridad» y en tiempos en los que una vida valía muy poco, destaca la joven actriz canadiense.
Sobre ella recae todo el peso de una producción cinematográfica que comienza acompañando a la protagonista en un momento decisivo de la vida de su personaje: su propia huida, tiempo después de la acción principal del filme. Al inicio de aquella primavera de 1944, la Segunda Guerra Mundial está perdida para los alemanes. Hitler, atrincherado en su propia locura, se suicida en mayo en el búnker de la Cancillería. Los ejércitos aliados se precipitan hacia Alemania. Las tropas soviéticas, ‘barriendo’ desde el Este, apresan a todo aquel que ha colaborado con los nazis… e Irene no será una excepción. ¿Encontrará a alguien que la salve ahora a ella de los campos de concentración soviéticos?
«Lo que hace que esta historia sea diferente es que se centra mucho en la esperanza. Hay muchas películas que retratan la época de forma cruda. La promesa de Irene cuenta con escenas muy duras, pero explora la humanidad de los personajes», relata Sophie Nélisse. En este sentido, destaca la precisión de los diálogos que, en certeras y cortas frases dibujan a la perfección los distintos roles. Es una delicia, por ejemplo, la escena en la que se presentan uno a uno con su nombre y profesión los judíos a los que Gut salva la vida.
Hay muchas películas que, desde La lista de Schindler (1993), de Steven Spielberg, a La vida es bella (1997), de Roberto Benigni o El hijo de Saul (2015), de László Nemes, hablan del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial desde muy distintas perspectivas y estilos cinematográficos, con más o menor dureza, realismo y sensibilidad descarnada en el caso de Spielberg, haciendo del humor o la propia locura un escudo para poder digerir todo aquello en los otros dos casos. En La promesa de Irene no se busca un impacto demoledor ni aturdir al espectador con emociones a flor de piel; se vive la angustia, pero no hay un exhibicionismo del horror. Todo queda reducido a un ámbito doméstico, al interior de la mansión del herr comandante. Lo paradójico (quizá también lo interesante de esta historia) es que sólo estar bajo techo nazi, el lugar «donde a nadie se le ocurría buscaros», como recalca la propia Gut, garantiza una opción de supervivencia.
Sobre esa casa orbita, por tanto, una dualidad a cara o cruz entre la salvación y la muerte, pero la directora del filme no hace de ella el elemento trascendental de la trama. Siempre pone a las personas, con serenidad, en primer plano.
Quizá su apuesta por la contención emocional es lo que, finalmente, consigue que La promesa de Irene concluya con un único (e incontestable) mensaje de esperanza.