Unos rótulos iniciales nos ponen en situación a quienes, como yo, desconocíamos este “caso”. En abril de 1970, Pierre Goldman, judío de origen polaco nacido en Francia, fue acusado de cuatro atracos a mano armada, en uno de los cuales murieron dos farmacéuticas. En diciembre de 1974, fue condenado a cadena perpetua. Goldman siempre reconoció su culpabilidad en tres de los atracos, pero negó haber asesinado a las farmacéuticas. En la cárcel, escribió un libro de memorias, Souvenirs obscurs d’un juif polonais né en France (Éditions du Seouil, 1975), o sea, Recuerdos oscuros de un judío polaco nacido en Francia (no publicado en español, que yo sepa). Dato curioso: en los agradecimientos del libro, Goldman menciona al cineasta Chris Marker por haberle preparado unas cassettes de música cubana que le inspiraron para su escritura. Entre las citas literarias, figuran García Márquez y Luis Martín-Santos. Y podemos pensar que se apuntó al género de libros franceses de presidiarios, con El astrágalo (1965) de Albertine Sarrazin y Papillon (1969) de Henri Charrière. La cuestión es que el libro de Goldman generó una fuerte corriente de simpatía por su autor-preso, especialmente en medios intelectuales de izquierdas, que denunciaron que había sido víctima de una persecución antisemita y anticomunista. En noviembre de 1975, el Tribunal de Casación anuló la primera condena y ordenó realizar un nuevo juicio en el Tribunal de Amiens.
Esto, que hemos ampliado y comentado un poco, serían los rótulos iniciales de Star Wars, para entendernos. La película empieza en abril de 1976, con un abogado joven que visita al abogado principal Kiejman (Arthur Harari), para comentar la enésima excentricidad ofensiva de su cliente, Pierre Goldman, quien le ha escrito una carta estrambótica, cuestionando su trabajo de defensor. Tras este prólogo, toda la película tiene lugar en la sala del palacio de justicia de Amiens, durante el segundo juicio a Goldman. Salvo un par de secuencias en los “descansos”, situadas en los calabozos anexos a la sala del tribunal, se mantiene una estricta “unidad de espacio”. No salimos de la sala del tribunal, no hay flashbacks, ni escenas paralelas, ni música, y además el director Cédric Kahn elige una ratio de pantalla casi cuadrada (1.37:1) para “encerrarnos” en ese espacio claustrofóbico y realista. Vemos un plano de perfil de Pierre Goldman (Arieh Worthalter), casi como un actor esperando a “salir a escena”, y empezamos.
En el juicio, Goldman parece poner sus cartas sobre la mesa desde el principio. Reconoce su culpabilidad sobre tres de los atracos de los que se le acusa, pero niega su participación en el atraco a la farmacia y la muerte de las dos farmacéuticas. Dice que quiere ceñirse a los “hechos” del día de autos, para lo cual no importan sus antecedentes ni su carácter («soy inocente porque soy inocente») y abomina de la “teatralidad” propia de los juicios (aunque luego se entregará a ella). Pero el Presidente del Tribunal (Stéphan Guérin-Tillié) considera que es necesario revisar toda su vida. «¿Toda? Llevará un tiempo», ironiza el acusado. Goldman nació en 1944 en Lyon. Sus padres eran de origen polaco y habían sido héroes de la Resistencia. Su madre, comunista convencida, regresó a Polonia tras la guerra. Él quedó a cargo de su padre y de la segunda esposa de éste. Goldman quiso siempre ser un revolucionario, un “guerrero judío”. Despreció el mayo del 68, que le parecía un juego de niñatos, que hacían la “revolución” y volvían a dormir a casa de sus padres (risas en la sala). Se apasionó por los revolucionarios de Cuba y Venezuela y quiso participar en su lucha, pero allí él era un francés que no pintaba nada. Al mismo tiempo, le gustaban el lujo, la bebida y el derroche. Es la tragedia de Goldman, que aspiraba a tener una vida de héroe, pero quedó reducido a palabrería y delitos menores.
A juzgar por esta película y por otras como Anatomía de una caída (Anatomie d’une chute, 2023) de Justine Triet, los juicios franceses nos resultan raros. No se parecen a los nuestros, ni a los juicios de las películas americanas (como Anatomía de un asesinato), con sus estrictos turnos de preguntas y alegatos para la fiscalía y la defensa. Un juicio francés parece una especie de coloquio, en el que los abogados o fiscales pueden interrumpirse en cualquier momento, el acusado habla cuando le parece, los jurados hacen preguntas y hasta el público puede manifestar su opinión. Para escribir el guión, el director Cédric Kahn y su coguionista Nathalie Hertzberg se basaron en los sumarios del caso y los reportajes de la prensa. Inevitablemente, se tomaron algunas libertades (en la realidad, la esposa de Goldman, Christiane, no estuvo presente ni declaró en el juicio), pero muchas frases se trasladaron literalmente.
Salvo el prólogo en el despacho del abogado Kiejman y un par de “apartes” en los calabozos, toda la acción sucede en la sala del tribunal, durante el juicio. La película se rodó con tres cámaras, en un decorado construido en una pista de tenis, con luz natural y de manera cronológica. Los figurantes fueron instruídos para estar a favor o en contra de Goldman («Goldman inocente» / «Goldman asesino») y expresarse de manera natural, según lo que vieran en el “juicio”. El pilar central de la película es la gran interpretación de Arieh Worthalter, en el papel de Goldman (le recordamos como el padre de la chica trans de Girl, 2018), y su dinámica con Arthur Harari (guionista de Anatomía de una caída), como el abogado Kiejman. Los dos son judíos de origen polaco, los dos vienen de familia pobre, pero Goldman llama a Kiejman “judío de salón” y le considera siervo del sistema, mientras éste dice que el judío de salón es Goldman, con sus groupies izquierdistas. Todo el reparto es excelente y creíble: el juez, los abogados, los testigos, el público… No podemos mencionar a todos ellos, pero sí hay que destacar a Jerzy Radziwilowicz, inolvidable protagonista de El hombre de mármol (1977) de Andrzej Wajda, en el papel de padre de Goldman. Un recurso curioso del director es que, entre el público, mantiene el plano fijo sobre el testigo que va a declarar a continuación, “presentándolo” así de alguna manera, en su plano de reacción.
Una “gracia” de la historia es que Pierre Goldman es un personaje bronco y difícil, demostrando que se puede ser el “bueno” y tener razón, sin ser simpático. Torpedea su propia defensa, al tildar de racista a toda la policía, para espanto de sus abogados. Dice barbaridades, celebradas por parte del público, pero también verdades rotundas. Un tema central es la politización del caso, que fue seguido por la intelectualidad del momento, la cual tomó partido sobre él. En la sala del juicio, están presentes Simone Signoret y Régis Debray, via sendos dobles. Según ha señalado el director Cédric Kahn, «el proceso Goldman es una ventana abierta a la Francia de los años 70».