Lola (Anouk Aimée) se define como la que se ríe con todo, a la que le gusta el amor, la que recibe sin nada dar, la que quiere gustar sin ir a más… Pero ese es su personaje para el espectáculo del cabaret Eldorado. En su modesta realidad, Lola (su verdadero nombre es Cécile) no es ninguna femme fatale (como su tocaya de El Ángel Azul), sino una mujer alegre y positiva, que cree en el amor y en sus sueños. Sale adelante cantando en el cabaret y cuida amorosamente, y haciendo equilibrios como toda madre soltera, a su hijo Yvon (Gérard Delaroche). Le gusta gustar, tiene muchos pretendientes y algunas relaciones, ahora una intermitente con un ingenuo marino americano, Frankie (Alan Scott), bueno y simple como un kilo de tebeos, que tiene una novia en América. Pero Lola no puede enamorarse de nadie, porque ya se enamoró una vez y para siempre, de Michel (Jacques Harden), su primer amante y padre de Yvon, que ya la ha abandonado dos veces y a quien sigue esperando como Penélope (la de Serrat más que la de Homero).
Por su parte, Roland Cassard (Marc Michel) es un joven inteligente, sin oficio ni beneficio, a quien todo le aburre, que sueña y lee (ahora está fascinado por La condición humana de André Malraux), pero no puede conservar un empleo, porque no le interesa. Las mujeres que regentan el bar portuario que frecuenta, Claire (Catherine Lutz) y Jeanne (Margo Lion), le reprenden maternalmente. Un poco a lo tonto, se implica en lo que parece una trama de tráfico de diamantes, entre Amsterdam y Johannesburgo. En una librería, Roland conoce a una elegante y solitaria viuda, Madame Desnoyers (Elina Labourdette) y a su hija adolescente, Cécile (Annie Dupéroux). Los personajes del film se van cruzando, por obra del azar o del destino, todavía bajo la sombra de la reciente guerra. El Michel que regresa a Niza en su descapotable blanco está a punto de atropellar al grupo de marineros en el que va Frankie. Éste y Roland se cruzan frente al cine Katorza. Más tarde, Lola se apoya en el descapotable aparcado de Michel, sin saber que su amado está en el bar, a unos metros de ella. La joven Cécile y el ingenuo Frankie comparten una tarde en la feria, que hoy día haría saltar algunas alarmas, pero que en el contexto del film resulta tan inocente como si fueran dos niños. En el Passage Pommeraye, se reencuentran (por azar o destino) Lola y Roland. Ambos se habían conocido diez años atrás, cuando eran apenas unos adolescentes y ella aún se llamaba Cécile. Ahora Roland vuelve a enamorarse de Lola…
La acción ocurre en sólo tres días. Pero se proyecta hacia el pasado y el futuro, a través de una triple encarnación de “Lola”. Una, la propia Lola del presente, Otra, la adolescente Cécile, con la que comparte el nombre y parece una versión joven de ella, una “Lola” del pasado (a Cassard le recuerda a la que conoció años atrás), Y otra, la señora Desnoyers, antigua bailarina y también madre sola (viuda, no soltera), que podría ser una “Lola” del futuro, aunque pertenezca a una clase social más acomodada. Veremos el “verdadero” futuro de Lola en Escuela de modelos.
La película está encabezada por un supuesto proverbio chino («que llore quien pueda, que ría quien quiera») y por una significativa dedicatoria a Max Ophüls. Es la película más Nouvelle Vague de Jacques Demy. También se ha visto como una versión “condensada” de la obra de su director, que ya presenta sus principales elementos estilísticos y temáticos: azar, destino, poesía, sutileza, música, encuentros, primer amor, madres solas, ilusiones, amantes separados, amores no correspondidos y un adelanto de su futura obra maestra, Los paraguas de Cherburgo. La pequeña felicidad que existe en buscar la felicidad. Con una trama encantadora y agridulce, excelentes interpretaciones, deslumbrante fotografía y puesta en escena, y Nantes al fondo, Lola es una maravilla para recuperar o descubrir.