La acción ocurre entre un viernes y un lunes, mientras se celebra la Fiesta del Mar en Rochefort. Una troupe de feriantes, dirigida por Etienne (George Chakiris) y Bill (Grover Dale), con sus artistas y medio novias Judith (Pamela Hart) y Esther (Leslie North), motos y caballistas, cruzan el puente-transbordador sobre el río Charente y entran en la ciudad, hasta la Plaza Colbert, donde se instalan. En la plaza tienen su estudio las hermanas gemelas Delphine (Catherine Deneuve) y Solange Garnier (Françoise Dorleac). La primera es profesora de danza y la segunda es compositora y enseña música, pero las dos quieren abandonar la “provincia” y triunfar en París. Para ello, Delphine debe romper su relación de conveniencia con el acomodado galerista Guillaume Lancien (Jacques Riberolles). La madre de las gemelas, Yvonne (Danielle Darrieux) tiene un bar con terraza acristalada en la plaza. Hace diez años, abandonó a un novio, por la endeble razón de que su apellido, Dame, le parecía ridículo (no quería ser “Madame Dame”). Por su parte, Simon Dame (Michel Piccoli), todavía dolido por la ruptura, hace diez años, con una novia a la que cree en México, ha vuelto a Rochefort, donde la conoció, y ha puesto una tienda de música. Maxence (Jacques Perrin), pintor y poeta que está haciendo la mili en la Marina, busca su “ideal femenino”, que ha plasmado en un cuadro que resulta ser el vivo retrato de Delphine (lástima que lo de mascar chicle le quite glamur al personaje de Maxence). Simon, medio enamorado de Solange, pretende presentarle a un amigo de juventud, un músico americano de éxito que podría ayudarla en su carrera, Andy Miller (Gene Kelly).
«Todos los personajes se buscan como en las películas de persecuciones. Los encuentros no son fortuitos, sino que están rigurosamente orquestados, elaborados, engarzados como las piezas de un puzzle», dijo Jacques Demy. El argumento se basa en los temas centrales de su cine: el azar, el destino, los encuentros y desencuentros, las ausencias, los fracasos, pasar al lado y no verse… Pero esta vez la perspectiva es más alegre y luminosa, más ligera, formando una gozosa coreografía del azar y el destino, en la que nada resulta demasiado trágico. Una pareja puede separarse sólo porque a ella le avergüenza el apellido de él, y las chicas feriantes pueden dejar a sus novios sólo porque no tienen los ojos azules (bueno, y porque las explotan). Hay amores a primera vista e incluso amores entre dos personas que nunca se han visto ni se conocen, pero responden a una imagen soñada.
La película integra diálogos, canciones y bailes, que fluyen con total naturalidad. Los personajes pasan de manera orgánica de caminar a bailar, o de hablar a cantar, seguidos por una cámara casi siempre en movimiento, con trávelin o grúa. El baile nace de manera natural, desde la primera escena: en el puente-transbordador, los feriantes se bajan de los vehículos y se estiran, y esos estiramientos dan lugar a una coreografía de la que brota el tema principal del film. En el resto de la película, andar y bailar serán lo mismo, desde los protagonistas hasta los extras al fondo del encuadre. Las canciones de Michel Legrand son un prodigio: la canción de las gemelas (“Nous sommes deux soeurs jumelles”) y su canción en la fiesta (“Chante la vie”), la arrolladora canción de los feriantes (“Nous voyagerons de ville en ville”) o la chispeante sobre maridos, amantes y marinos… La idea más hermosa es que los amantes separados, o que aún no se conocen, comparten el mismo tema musical («como un vínculo invisible», según Legrand): Maxence y Delphine cantando en paralelo sobre el amor ideal, Yvonne y Simon sobre el amor perdido, Solange y Andy repitiendo el tema del concierto de ella…