Mayo de 1562. El príncipe Carlos, hijo de Felipe II, ha sufrido un accidente grave durante una correría nocturna por los lavaderos del Alcázar de Madrid. El hecho y el lugar despiertan las sospechas de la autoridad eclesiástica, que encomienda a uno de sus súbditos la misión de averiguar las circunstancias de lo que muy bien podría ser un intento criminal contra la vida del príncipe. El encargado de llevar a cabo la investigación es un caballero al servicio del Santo Oficio, Juan de Bracamonte, que ostenta en el pecho la Cruz Verde, símbolo de su pertenencia a la Inquisición. Sus primeros pasos le conducen a la celda donde se encuentra encerrada una muchacha, Laurencia, principal sospechosa o comprometida, ya que se encontraba junto al príncipe cuando éste se desplomó por la escalera del lavadero, rompiéndose la cabeza contra el suelo. Laurencia, asustada y temerosa, confiesa su breve relación con el príncipe, al que había, en efecto, atraído involuntariamente, provocando sus frecuentes visitas al lavadero en compañía de su bufón Córcoles.
Tomando como punto de referencia el accidente que sufrió en el año 1562 Su Alteza el Príncipe Carlos, se narra la historia de Juan de Bracamonte, familiar de la Inquisición, encargado de las investigaciones. El relato que se inicia en la Corte de Felipe II, va poco a poco alejándose de palacio y centrándose en las relaciones entre Juan de Bracamonte, el hombre de la Cruz Verde, y Estefanía, una de las principales sospechosas en el proceso. La historia, que empieza como un relato casi policíaco, se transforma en una apasionada historia de amor.
El guion fue elaborado con detalle atendiendo al relato original en dos planos distintos, pero de igual peso en la investigación que lleva a cabo el licenciado de la Santa Inquisición por encargo del cardenal y el desarrollo de las relaciones entre el joven investigador y la madre de la principal inculpada.
No se puede negar que este film del realizador español José Mª Forqué fue un proyecto ambicioso. Se basa en una novela de Segundo Serrano Poncela y trata con valentía y espíritu casi documental de las actuaciones de la Inquisición en la segunda mitad del siglo XVI, el segundo poder en aquel momento, como indica precisamente el título. La historia da pie para que la Inquisición, primero por la mediación de uno de los “hombres de la cruz verde”, uno de sus agentes, realice una investigación con aproximaciones policiacas y derivaciones políticas y pseudoteológicas. Y con el episodio llega, en apreciable caracterización, una parte de aquella España oscurantista en el cénit de su esplendor y poderío, con su juego de luces y sombras casi absolutas.
José Mª Forqué cuidó, como coproductor y director -además de coguionista- de la película, la ambientación de la historia, mimando su presentación estética, reflejando con apreciable rigor los detalles de la época, el vestuario y los utensilios de entonces de acuerdo con las posibilidades de los años setenta del siglo pasado, cuando se rodó la película.
Buscó -por el asunto de la distribución exterior- una pareja protagonista extranjera y se rodeó de un reparto nacional compuesto por numerosos de los mejores actores con los que contaba el país.
Contando con una espléndida fotografía de Alejandro Ulloa, el resultado es considerable. Junto a la reconstrucción histórica, caprichosa si se quiere en la pintura de algunos personajes, en determinados diálogos también, hay una dimensión espectacular válida, de película de empeño, y una intriga discutible, pero que sirve de nexo de unión de los diversos capítulos de la obra, de las distintas caracterizaciones que siguiendo con mayor o menor fidelidad a Serrano Poncela, componen los representantes de la Corte, de la Inquisición y del pueblo llano.
Para Pedro Crespo en su crítica de ABC “no se trata de una película redonda. Peca de frialdad, distanciamiento. Porque ha huido con todas sus fuerzas del melodrama que la propia historia -con el ‘hombre de la cruz verde’, que abusa de la autoridad que la Inquisición le concedía- imponía, cayendo en momentos de verdadera gelidez, y concediendo, en cambio, fáciles bazas para el lucimiento físico de alguna protagonista y para una espectacularidad fácil con acentos de horror.” (CRESPO, Pedro: ABC, 19 de febrero de 1977, pág. 52)
Para el crítico de cine “quedan en el aire varias interrogantes, varios cabos sueltos, el conjunto se resiente en alguno de los agudos dramáticos que protagonizan Jon Finch y Juliette Mills.” Jon Finch, más adecuado físicamente a su personaje que Juliette Mills al suyo, justifica su presencia en El segundo poder. Finch comprendió que su personaje es la consecuencia de introducir en la Iglesia un elemento que es, además, un brazo del Estado, en realidad un arma política. Pero el balance final es positivo, teniendo en cuenta sus valores estéticos y la labor de la mayoría de los actores -entre los que destaca la entonces novedad de Verónica Forqué en un papel largo y sin apenas diálogo; la expresividad de Emilio Fornet, en un brevísimo papel de fraile descuidado; el gesto de Amparo Valle, en un cometido apenas sin relieve; el barroquismo interpretativo de José María Prada y la belleza de África Pratt-. Fernando Rey se limita a imponer su simple presencia física, lejos de los esfuerzos que realizaba en otros trabajos. Como positiva fue también la ambición que movió la confección de la película, en un momento entonces como ahora que la historia que interesa más es la más reciente del país.
La cinta no justifica una época sino que describe una historia con unos elementos dramáticos que pocas veces se han usado con tanto realismo en el cine español como en la película de José Mª Forqué.
Algunas otras opiniones críticas:
“El segundo poder desprende una poco sutil elaboración de la crítica, también subyacente en la novela, de una serie de aspectos sociales que, unidos a su ambición técnica y al cuidado de los detalles, convierten esta película en una de las más destacadas de su autor, al menos por su intención e interés. Es un título revelador: la Iglesia se convierte en la muleta del poder político, e incluso se arroga el poder pleno cuando están en juego sus intereses y la complacencia de la mano que la alimenta. De este modo, la película cobra sentido al pretender una denuncia feroz de un periodo de tiranía que empieza a resquebrajarse.
Sí es cierto que el peso de la película recae en la intriga policial y en el retrato de unos personajes desde una óptica moral que mucho se distancia de la apariencia; sin embargo, también existe un mesurado retrato de una sociedad y periodo histórico, y una aproximación fiel a la intención de una novela histórica que desde el exilio trataba de rendir cuentas con un pasado que se encarnaba demasiado dolorosamente en el presente. Forqué consigue crear una obra densa y de calidad, lastrada en ocasiones por las concesiones propias del momento, pero con una motivación que complementa y justifica la adaptación de una obra de la envergadura de El hombre de la Cruz verde.” MORA, Ricardo: Encrucijada de historias: exilio, inquisición y destape en El segundo Poder de José Mª Forqué. IES Villegas, La Rioja, pág. 638)
A Pérez Millán la película le pareció una crítica superficial de la Inquisición: “De esta mezcla de ficción novelesca y datos históricos (en el sentido más convencional, de referencias y no de auténtico conocimiento) se desprende, a lo sumo, una crítica vagamente liberal de Serrano Poncela a la intransigencia e hipocresía en las que se apoyaba el funcionamiento de la máquina inquisitorial. Pues bien, Forqué y su coguionista Hermógenes Sainz,; se han limitado prácticamente a poner en imágenes esta narración. Unas imágenes suntuosas, de gran producción, pero nada más.” (PÉREZ MILLÁN, Juan Antonio: Cine, pág. 128)
La censura obligó a los productores y director a realizar varios cortes en escenas relacionadas con la Inquisición.