De las muchas cosas buenas que ha traído consigo la presencia abrumadora de mujeres en la dirección cinematográfica, hay dos que conviene destacar: La famosa fractura del techo de cristal y, no menos importante, el poder enjuiciar sus películas prescindiendo del género de quién las dirige. Decía Juan Antonio de Senillosa, en los inicios de la Transición Española, que la igualdad en la política se conseguirá cuando exista el mismo porcentaje de idiotas entre políticos hombres y mujeres. Creo que este dudoso éxito, a día de hoy, podemos sentirnos satisfechos de haberlo alcanzado.
La sustancia tiene la virtud de haber naturalizado en las directoras un tipo de cine que, por su violencia, su búsqueda de la provocación sin darle tregua al espectador y el aliño gore, habíamos atribuido equivocadamente a los que nacimos con cromosomas XY. Es cierto que Coralie Fargeat (la directora) no es ni mucho menos la primera mujer en lograrlo; Titane de Julia Ducournau es también un ejemplo reciente de ello. Pero podríamos decir que nos encontramos ante autoras declaradamente feministas, que al contarnos una historia huyen de arrebatos místico-poéticos y no se preguntan ¿a qué huelen las nubes? Han la sangre y la violencia puede ser una metáfora como otra cualquiera.
Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una estrella del cine y la televisión en horas bajas. Presenta un programa de aerobic de máxima audiencia, pero desde los estudios de televisión se plantean sustituirla por una cara más joven. Al fin y al cabo, va a cumplir los cincuenta y los ejecutivos de la cadena no pueden dejar escapar una amplia franja de público fiel: chicas jóvenes que aspiran a tener cuerpos imposibles y hombres maduros que babean mientras contemplan cuerpos perfectos moviéndose con voluptuosidad.
El día de su cumpleaños el ejecutivo más viscoso y divertidamente repugnante de la cadena de televisión (un genial Dennis Quaid) le anuncia la intención de cancelar su contrato. Desolada, y camino de casa, descubre que un desconocido ha introducido en el bolsillo del abrigo una tarjeta con un teléfono. Al otro lado de la línea le ofrecen una solución a su problema: “La sustancia”. Un misterioso fármaco que le proporcionará la mejor versión de sí misma. Más joven, más bella, más perfecta.
No hace falta hacer un spoiler para que ustedes sospechen que estas cosas no suelen salir como te prometen. Ciertamente se produce un cambio casi milagroso y perfecto. Recobra la belleza y juventud, aunque de una forma un tanto siniestra. La literatura nos ha dado tantas muestras del fracaso de los mortales frente a los designios de la naturaleza: Mister Hyde, la criatura de Frankenstein y sobre todo Dorian Grey, que conviene prepararse para lo peor. Pero Coralie Fargeat huye de la pretensión de convertir la historia en una tragedia, hay tanto vitriolo en la descripción de los personajes que la película debe ser vista como una comedia negra, probablemente no apta para almas sensibles, pero comedia, al fin y al cabo. El culto al cuerpo, el edadismo y la maldición que persigue a todas las actrices bellas cuando pasan de los cincuenta, se ha convertido en una dictadura de la apariencia. No hay mejor arma contra las dictaduras que burlarse y ridiculizarlas.
Esta es la segunda película de Coralie Fargeat. Su anterior film, Revenge, sigue en esa línea de utilizar los clichés violentos y la sangre como cauce para reivindicar el empoderamiento femenino. Esa era una excelente película de género que confío en que sea reivindicada después del éxito obtenido por La sustancia. Hablo de éxito, porque aun no habiéndose estrenado en las salas comerciales (escribo esta crónica el 14 de septiembre) en los preestrenos y en el Festival de Cannes ha cosechado las mejores alabanzas, obteniendo la Palma de Oro al mejor guion, escrito por la misma directora. En los corrillos de Hollywood se da casi por seguro la nominación al Oscar para Coralie Fargeat, para Demi Moore y muy probablemente para el alter ego de la veterana actriz, la joven Margaret Qualley.
La sustancia está rodada sin margen para el descanso del espectador. Con una cámara en continuo e inagotable movimiento, siguiendo a los personajes de forma agobiante y aplicando primerísimos planos que con frecuencia convierten todo el relato en un esperpento valleinclanesco. Aquí el famoso Callejón del Gato se ubica en los estudios de televisión con sus coloridos chillones e intensos que satura nuestras retinas y nos muestra una realidad distorsionada con sonrisas forzadas, lentejuelas, ropa de baño ceñida y mujeres neumáticas de cuerpo imposible. Sólo el humor que envuelve esta cruel fábula nos permite disfrutar de las tribulaciones que acosan a nuestra atormentada Elisabeth.
Si las expectativas internacionales que genera la película se cumplen me alegraré mucho por Demi Moore, se lo merece. Este papel es un reto, pero al mismo tiempo supone someter al personaje a una humillación continua, muy alejada del glamour que tuvo Demi hace más de treinta años, cuando practicaba alfarería con el difunto Patrick Swayze.
Es probable que la película no entusiasme a todos los componentes de la selecta comunidad de cinéfilos que pueblan nuestro cineclub. Es posible que algunos juzguen que es una película demasiado intensa; que la caricatura que nos muestra la autora les parezca distorsionada y que la cámara en continuo movimiento produce sensación de vértigo. En cualquier caso, yo creo que la mayoría disfrutará de ella. Puede que sea una montaña rusa, pero será divertido arriesgarse a montar en ella. Nos ayudará a burlarnos del miedo a envejecer, porque nunca seremos tan jóvenes como ahora.