Dos parejas de amigos se reencuentran. Escuchan música, hablan, leen, comen, pasean, juegan al ping-pong… Puede parecer poco para una película, por eso Tenéis que venir a verla.
De regreso a un estilo minimalista que parecía haber dejado de lado en sus dos anteriores y más ambiciosas películas –La virgen de agosto (2019) y, especialmente, Quien lo impide (2021)-, esta nueva película de Trueba se presenta casi como un divertimento, una hora y muy poco más que sigue, a la manera de económico relato rohmeriano, el encuentro entre dos parejas en la casa de una de ellas y las conversaciones que surgen en ese ámbito.
No es mucho más, ni menos, que eso. Un producto claramente pandémico en el que el director y cuatro amigos actores se juntaron en una casa e hicieron una película a lo largo de ocho días. Todo empieza un poco antes, en un concierto nocturno en Madrid. Allí, la pareja de treintañeros que integran Elena y Daniel (Itsaso Arana y Vitor Sanz) se cruza con otra, compuesta por Susana y Guillermo (Irene Escolar y Francesco Carril), a quienes hace mucho tiempo que no ven. Los primeros siguen viviendo en Madrid y los otros han decidido dejar la gran ciudad e irse a las afueras, a la localidad de Alpedrete, ubicada a más de una hora de distancia de la capital.
“Tenéis que venir a verla” es lo que Guillermo les dice cuando le preguntan sobre su nueva casa. Y ellos, luego de postergarlo y con cierta pereza por tener que salir de la ciudad a un lugar que no parece tener ningún atractivo a priori, finalmente acceden y van. Susana y Guillermo están esperando un bebé y, al mudarse a las afueras, parecen haber entrado en otra etapa de sus vidas, si se quiere a algún tipo de “adultez” que a los otros todavía les parece un tanto lejana.
La visita comenzará con un recorrido arquetípico por la casa (“y este es el baño”, o variaciones de esa frase) y continuará con una comida en el patio que tienen allí. Será a lo largo de ese encuentro -como casi exigen las reglas del subgénero- que la conversación se irá yendo a zonas un tanto más íntimas y personales. Trueba evita el recorrido dramático obvio, más de corte “intensidad teatral”, que a veces tienen películas como esta, pero no por eso dejan de salir asuntos importantes.
A partir de algunas lecturas que surgen en la conversación (el libro Has de cambiar tu vida, de Peter Sloterdijk, da pie a algunas reflexiones y no, no es “un libro de autoayuda”, pese a su título), Tenéis que venir a verla va dejando entrever, a partir de los comentarios, miradas y silencios, las inquietudes de una generación que lidia con la posibilidad de un giro radical en sus vidas, algo que todo el mundo debe haberse planteado en pandemia y no muchos llevaron a cabo.
Esas pequeñas diferencias e ideas se van colando en la película: los que siguen en la ciudad se preguntan si podrían vivir en un lugar así de tranquilo y pueblerino mientras los que se mudaron se preguntan si hicieron bien. Y también surgen diferencias internas, en el seno de cada pareja, al respecto. Lo que hace Trueba es dejar que el espectador observe, preste atención, se identifique con los planteamientos de los protagonistas y eso les permita, quizás, seguir conversando sobre esos temas de camino a sus casas. Tenéis que venir a verla tiene un principio exigente y muy hermoso. Durante unos largos minutos, nos centramos en las dos parejas protagonistas. La escena se rodó en el Café Central, mientras Chano Domínguez tocaba el piano en directo, dejando a la cámara captar en primeros planos sostenidos las sensaciones reales de los actores.
Hace falta mucha complicidad entre director y actores para poder rodar así, y obtener el estupendo resultado en pantalla: emoción, naturalidad y genuina admiración por la belleza. En el trasfondo de esta escena y como inspiración de la pieza musical el miedo, desconcierto y la soledad que ha pasado la población durante el confinamiento a causa de la Covid en 2020.
El primer acto de Tenéis que venir a verla sucede, como se ha dicho, en la ciudad, y el segundo, tras una larga elipsis, en el campo. Las parejas hablan de la vida y las ventajas de las dos opciones, porque han hecho elecciones distintas. Quizás uno de los efectos de la película sea que cada espectador se cuestione sus deseos y sus preferencias sobre dónde vivir y cómo.
El film tiene las fortalezas y debilidades de otras películas de Jonás Trueba. En el lado positivo, su dirección de actores que, como se ha indicado, consigue naturalidad y frescura de las actuaciones. Es preciso destacar también que no hay problemas en entender los diálogos, un problema con el que el espectador tropieza demasiado a menudo en películas nacionales.
Por otro lado, es una película generacional, en la que se captan intereses e interrogantes de un sector del público, en tanto puede no resonar en personas de otras edades.
La obra oscila entre la cotidianidad y una cierta grandilocuencia, buscada y excesiva como sucede en otras películas de Jonás Trueba: las acciones banales de las dos parejas. Y la voz en off de Olvido García Valdés o discusiones “profundísimas” sobre el libro Has de cambiar de vida del alemán Peter Sloterdijk, rozando a veces la pedantería.
Resulta difícil de clasificar es el giro final de Tenéis que venir a verla, en el que se atraviesa la cuarta pared, y la película se convierte en autorreferencial. Y ahí termina, tras solo una hora, una película que casi parece un ensayo y una propuesta de un largometraje, con cierto aspecto de inacabada y, sin embargo, es tal y como el director, sin preocuparse por convenciones de formato ni de metraje, la quería.
Que Tenéis que venir a verla se haya rodado en tiempo de pandemia es perceptible en la película, como se ha insinuado anteriormente. Por un lado, hay presencia de mascarillas y discusiones sobre su uso. Por otra parte, el ambiente pesado, incluso depresivo, del confinamiento y las restricciones pesan todo el tiempo en el ambiente. “Aunque solo fuera por eso, por ese testimonio tan directo de una sociedad preocupada y un tanto desnortada, ha merecido la pena rodar esta película”, comenta Laura Zurita en Noescinetodoloquereluce.
En fin, es preciso insistir en que estamos ante una película generacional con el estilo personal de Jonás Trueba y un testimonio de una sociedad desnortada en tiempos de pandemia. Una cinta inteligente, paradójica y algo bromista. Con una trama mínima salpicada de diálogos de tanta naturalidad que no parecen escritos, el director logra transmitir sensaciones livianas, casi intangibles, pero reconocibles: el personaje de Sanz refleja magníficamente ese estupor, confusión y dejarse llevar que, al final, viene a ser la existencia de cualquier urbanita. Película mínima pero empática, sensitiva y ágil, cercana y algo triste, viva y contradictoria… como cualquiera de nosotros.
“El cine como disparador de reflexiones y como lugar de encuentro con el mundo y con la gente.” (LERER, Diego: Festival de Karlovy Vary, 2022)