Pantalla Grande

Mass

¿Cuándo te perdimos, Hayden?



Director: Fran Kranz

Productora: 7 Eccles Street, Circa 1888, 5B Productions

Productores: Dylan Matlock, Casey Wilder Mott, J.P. Ouellette y Fran Kranz

Guion: Fran Kranz

Fotografía: Ryan Jackson-Healy

Música:  Darren Morze

Montaje: Yang Hua Hu

Intérpretes:  Jason Isaacs, Martha Plimpton, Ann Dowd, Reed Birney, Breeda Wool, Michelle N. Carter, Kagen Albright


Idioma (VOSE): Inglés

Duración: 110'

SESIÓN 30.11.22

Cuatro personas reunidas alrededor de una mesa, en tiempo real, en las dependencias sociales de una pequeña iglesia presbiteriana de la américa profunda. Cuatro personas que sufren y se desnudan el alma en busca de alguna forma de redención personal que les ayude a tragar y continuar viviendo una existencia que, desde hace pocos años, sufrió un cambio demoledor. Cuatro personas -dos matrimonios- que tratan de buscar respuestas a unas preguntas que se hacen inútilmente, conscientes de la imposibilidad de sentirse mejor si las encuentran. El pasado puede llegar a convertirse en un compañero terrible si decidimos que nos acompañe. Esto es Mass, una extraña y bellísima liturgia laica oficiada en un templo cristiano. 

Desde el inicio de la película podemos ver que los que organizan esa reunión cuidan hasta el último detalle del lugar del encuentro. La decoración del cuarto, la colocación de las sillas o el silencio que debe guardarse en las proximidades y que nos indica la importancia de lo que se va tratar. La anfitriona los recibe con delicada amabilidad, desviviéndose para que sus invitados puedan sentir el valor de refugio que con frecuencia han tenido los templos. Ese lugar se convierte en un espacio de protección frente a las tormentas e incertidumbres del exterior, una tierra de nadie pero abierta a todos, donde poder establecer un antes y un después. Porque sin ser un film confesional, sin hacer apología de la religión, Mass es una película religiosa a su manera. Es una misa (así es su título en inglés) en la que no se habla del cielo, de Dios, de Jesucristo o de cualquier otro componente sobrenatural de esta o de otras religiones. Pero ciertamente es una película de indudable religiosidad, que puede confortar y descolocarnos a los que vamos por la vida de agnósticos de salón. Esto no es nada nuevo; Dreyer hacía un cine místico que gustaba a los no creyentes.  Si para algo sirve la religión es para acudir en auxilio ante preguntas que nunca nos alivia responderlas con la razón. Y, sobre todo, sirve para conseguir que el sentimiento de culpa sólo tenga sentido porque existe el perdón. No sé si esto a un ateo de manual le parecerá el famoso opio del pueblo, pero cuando fallan las sesiones de psicoanálisis, lo antidepresivos y nada de lo que te rodea justifique el interés por la vida, la culpa y el perdón es lo más parecido a un parche en nuestras almas, aunque muchos no creamos en la existencia del alma. 

Los dos matrimonios durante más de cien minutos sufrirán el desgarro de sincerarse, unos frente a otros, intentando buscar sentido a una terrible tragedia que los ha marcado y que no saben como afrontar. El duelo y el reproche se turnan en la conversación y, a medida que transcurre la película, la intensidad emocional se manifiesta en ellos. Intentan comprender al otro, pero temen que la comprensión los lleve a olvidar la razón de porqué están allí. El dolor y la memoria son los únicos sentimientos que les quedan y temen que si superan el primero destruyan el segundo.

He tratado de evitar darles más datos porque el director quiere que el espectador lo vaya descubriendo poco a poco, y lo haga en los rostros compungidos y en esa forzada cortesía que utilizan para dirigirse entre ellos. Es la forma más natural de hacerlo. Resultaría totalmente forzado que el director hiciese que hablaran del tema de forma detallada o que explicasen burdamente el motivo de su cita al inicio de la película, como si ellos no lo supiesen de antemano. No, el público en el patio de butacas, evidentemente, debe empezar a sospechar algo, a tratar de ponerse del lado de una parte u otra y creer que conoce el carácter y la personalidad de cada uno de los cuatro. 

Fran Kranz se estrena en las tareas de dirección y guion en esta película. Francamente, es difícil empezar con mejor pie. La historia es tan compleja, dentro de su aparente sencillez, y los diálogos están tan excelentemente hilvanados, que bien podría convertirse en una obra de teatro no tardando mucho. Pero por muy potente que sea el argumento, Kranz no permite que la película sea rehén de un texto. Plantea el film de manera sutil, haciendo que la narración fílmica pase por distintos momentos. Al principio prevalece la cámara fija que va recreándose en primeros planos a medida que la tensión emocional va in crescendo, hasta llegar a un momento en que la cámara deja de ser fija y los planos contra planos se desarrollan con cámara al hombro. Este nudo de relato aristotélico terminará derivando, de forma sorprendente e innovadora, en un encuadre de pantalla mucho más ancho que nos recuerda al Scope. Llegado a este punto, la película se volverá más pausada y armónica, el escenario será menos claustrofóbico y la sensación de profundidad de campo tratará de armonizar con el doloroso sosiego que experimentan los protagonistas. El final de la cinta será uno de los más bellos que he visto últimamente, volviendo a dar una apariencia de oficio o liturgia religiosa a la misma.

Mass no sería lo mismo sin esa lección de talento interpretativo que nos dan los cuatro actores que aparecen. Los dos matrimonios son Jason Isaacs y Martha Plimpton, por un lado; y Ann Dowd y Reed Birney, por otro. Ann Dowd es la que más premios y felicitaciones recibió por su papel, pero los otros tres también encuentran diferentes momentos para lucirse y conmovernos. Sólo por esa razón merece la pena que vengan. Hay otro motivo añadido, podrán decir que tuvieron ocasión de ver en pantalla grande la ópera prima de alguien que, estoy convencido, llegará a ser un gran director. 

Me disculpo de nuevo por evitar darles más detalles de Mass. Si no se han informado antes del argumento me lo agradecerán cuando la vean. Una historia así se disfruta mejor cuando vas deshaciendo poco a poco la madeja y, en esa tarea, comienzas a empatizar con los personajes, con las víctimas. Sentirán una pequeña parte de su dolor e incomprensión, puede que alguna lagrima, y seguramente saldrán del cine con la creencia de que son un poco mejores personas que cuando entraron.

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