La novel directora libanesa Mounia Akl se presenta en el panorama cinematográfico internacional con una historia que muestra, por un lado, la tensión en la familia protagonista y, por otro, la de su propio país, el Líbano. De ahí, su enfrentamiento con la realidad de la que quieren escapar, con la esperanza de poder mantener intactos sus principios en el proceso.
Mounia Akl comenta así el origen y creación de su primer largometraje: “Crecí en el Líbano, acorralada en un remolino de caos y poesía. Mi país se encontraba siempre al borde del apocalipsis, obligándonos a vivir en el presente pero sin permitirnos dormir con tranquilidad. Esto ocurría tanto dentro de mi hogar y mi familia como a gran escala, en mi país. A menudo me encontraba rodeada de personas llevadas al extremo y desarrollé una fascinación por los defectos y verdades de cada persona que emergen en momentos de tragedia. Comencé a prestar atención a las herramientas que usamos a la hora de luchar contra esos traumas y vi que a menudo recurrimos a la impulsividad o la negación para lidiar con ellos. Esta dicotomía es la esencia del Líbano y de la persona en la que me he convertido. Ha llevado a nuestra sociedad al punto del absurdo y ha obligado a las personas a reinventar y esterilizar sus hogares para protegerse de una realidad distópica que les resulta demasiado doloroso afrontar. También nos ha proporcionado una imaginación sin límites, un gran sentido del humor y una manera visceral de vivir la vida. Hoy, sin embargo, se nos ha imposibilitado incluso esa manera de escapar. La distopía ha invadido nuestros corazones. En Costa Brava, Líbano intento que la estructura de la familia protagonista refleje en cierta medida la de nuestra sociedad. El ideal de la familia Badri de mantener su pureza mediante el menosprecio de la sociedad es una fantasía escapista. Pero de la fractura y la discordia surge una oportunidad para la familia, y para el Líbano: una reconstrucción lúcida, basada en la verdad y la compasión.”
Costa Brava, Líbano de Mounia Akl y con guion de la propia Mounia y de la española Clara Roquet es una película con muchos prismas, muchos ángulos, muchas perspectivas y unos personajes con tanta fuerza que abruman. Se trata de una producción delicada, detallista y llena de matices. Es una película con la que sonríes, pero también es dolorosa. Una película generacional, con varias visiones del Líbano… La directora debutante Mounia Akl explora la protección del medio ambiente en su país a través de una desafiante familia en una película rodada con un derroche de mimo, matices y una mirada acertada sobre una realidad no muy esperanzadora.
La llegada de la basura y la salida a la superficie de todo lo que la gente desperdicia es una metáfora de como es esa relación entre Walid y su mujer Soraya, y también del Líbano. Por un lado, parece que todo en esta pareja está bien y no pasa nada, pero conforme van transcurriendo los minutos nos damos cuenta de que no, de que hay algo más interior, algo más que no nos cuentan. Soraya es la sombra de lo que fue un día y extraña volver a la ciudad, al bullicio, a no estar de vida contemplativa. Las hijas del matrimonio son bastante distintas. Talia va a cumplir 18 años y está viviendo su primer despertar sexual, su primer autoconocimiento de su cuerpo y de ella, pero en silencio, aunque su abuela siempre se da cuenta de todo lo que ocurre y apenas pueda o quiera hablar. Por otro lado, el personaje de Rim fascina, ya que se toma la vida en serio, pero también tiene esa mirada curiosa, limpia, pregunta demasiado y resulta entrañable.
Un vertedero desbordante, que avanza hasta colarse literalmente bajo la puerta de casa, como un vecino desagradable en un callejón sin salida. Se trata de una intensa parábola sobre la negligencia ambiental, que se ha vuelto incontrolable. La familia Bacri, perteneciente a la alta burguesía de Beirut, se ha marchado al campo para escapar del problema de basuras que afecta a la ciudad. La mala gestión de los residuos y las aguas residuales ha provocado un profundo malestar social en las áreas urbanas del Líbano. Sin embargo, los poderes fácticos han creado un nuevo vertedero a pocos metros de la idílica cabaña. En Costa Brava, Líbano, observamos la presión que ejerce esta situación sobre los lazos que unen a la familia. Mounia Akl, que recibió su educación cinematográfica en Estados Unidos, inaugura un nuevo subgénero original y sostenible con este “drama familiar ecológico”.
Akl tiene una vasta experiencia en el mundo de la moda, la arquitectura y la publicidad, lo cual se refleja en Costa Brava, Líbano, lo que supone un gran beneficio para la película. En lugar de adornar o restar importancia a un tema de actualidad en su país natal, la cineasta utiliza su sentido visual (especialmente su talento para la composición de exuberantes planos maestros) para crear un mundo que trata de mantener su dignidad con valentía. La paleta de colores que escoge, junto al director de fotografía Joe Saade, también demuestra originalidad, aportando a la campiña periurbana la textura de un intrincado montón de hojas otoñales, envueltas por plásticos industriales. El guion traza algunos dilemas éticos convincentes, pero pierde puntos en plausibilidad y aspectos de comportamiento. Por ejemplo, a pesar de estar inspirada en la crisis de la basura en Beirut y las protestas que provocó en 2015, la ambientación evoca una “distopía en un futuro cercano”, lo cual parecen haber pasado por alto muchas críticas iniciales de la película. Aunque cuenta con unas buenas interpretaciones, algunas decisiones y comentarios de los personajes nos hacen entrecerrar los ojos y decir: “¿En serio?”
Walid (Saleh Bakri) y Souraya (interpretada por la reconocida cineasta libanesa Nadine Labaki, cuya participación supone la inclusión de otra generación de cineastas) forman una pareja perfecta, lo cual tiene sentido, ya que ambos eran prácticamente estrellas antes de optar por el estilo de vida de Thoreau (criar gallinas, educar a sus dos hijas en casa y diseñar su propia calefacción central). Walid era un periodista que cubría la crisis durante su punto álgido, mientras que Souraya era una legendaria cantante de música árabe tradicional, aportando su prestigio a la causa popular, con la extraña imagen de una activista famosa al frente de una protesta. No obstante, en este futuro distópico, parece que la basura siempre viene a buscarte, ya que el gobierno ha construido de forma semilegal, como parte de una estrategia electoral, un nuevo vertedero junto a sus tierras. “¿A dónde podemos huir esta vez?”, pregunta Souraya. De una forma apasionante, aunque sin apoyarse demasiado en la trama, Akl emplea la película para compartir esta larga reflexión.
El idealismo de Walid oculta una especie de brutalidad, un control patriarcal extrañamente vinculado a su conciencia ambiental, que oprime a su esposa e hija mayor. La película se convierte en una victoria de empoderamiento feminista, en la que Walid se revela como una influencia tan maligna como los basureros. Lo que resulta verdaderamente pesimista (y nostálgico) sobre Costa Brava, Líbano, especialmente durante la celebración de la COP26 y con la esperanza de la descarbonización, es su resignación sobre el declive de nuestro planeta, proponiendo que simplemente nos mantengamos unidos.
Mounia Akl es una cineasta libanesa graduada en Arquitectura por la ALBA y tiene un posgrado artístico en Dirección de la Universidad de Columbia. Además, ha sido profesora de dirección en el NHSI Film Summer Institute en la Universidad Northwestern, en Chicago. Costa Brava, Líbano es su primera película.