Pantalla Grande

Boiling point

PESADILLA EN LA COCINA



Dirección: PHILIP BARANTINI

Guion: JAMES CUMMINGS, PHILIP BARANTINI

Fotografía: MATTHEW LEWIS (Color / 2.35:1)

Música: DAVID RIDLEY, AARON MAY

Montaje: ALEX FOUNTAIN

Diseño de producción: AIMEE MEEK

Dirección artística: DEB MILNER

Diseño de vestuario: KAREN SMYTH

Productores: HESTER RUOFF, BART RUSPOLI, STEFAN D’BART

Intérpretes: STEPHEN GRAHAM, VINETTE ROBINSON, ALICE FEETHAM, RAY PANTHAKI, HANNAH WALTERS, JASON FLEMYNG, LOURDES FABERES, IZUKA HOYLE, STEPHEN McMILLAN, LAURYN AJUFO, ÁINE ROSE DALY, MALACHI KIRBY, DANIEL LARKAI, TAZ SKYLAR, ROBBIE O’NEILL, GARY LAMONT, THOMAS COOMBES, ROSA ESCODA, PHILIP HILL-PEARSON, GALA BOTERO, ROB PARKER, HEATHER GOULD, KATIE BELLWOOD, ALEX HEATH


Idioma (VOSE): Inglés

Duración: 92'

SESIÓN 26.10.22

Por mucho que algunos se empeñen en reivindicar el cortometraje como un medio de expresión válido por sí mismo, y aunque no les falte razón, todo el mundo sabe que el sueño de (casi) todo cortometrajista es poder rodar algún día un largo. No obstante, el presupuesto, la logística y la responsabilidad que supone la realización de una película de duración estándar, con miras a una carrera comercial normalizada, no es un asunto que pueda tomarse a la ligera. Así que, en efecto, antes de zambullirse en la locura de capitanear un equipo de rodaje para materializar una película que tal vez ocupe uno o dos años de tu vida —cuando no más—, parece razonable haber practicado antes un mínimo entrenamiento. Por eso se dice que el cortometraje es la mejor escuela de cine para quien quiera dedicarse a hacer películas. Lo que sin embargo no parece tan evidente es que un cortometraje pueda utilizarse también como boceto para la futura realización de un largo…, con el mismo argumento, el mismo equipo técnico e incluso los mismos intérpretes. O, llegando un poco más lejos, que el cortometraje sea una suerte de prólogo filmado de lo que después concluirá el largo correspondiente. Fíjense, por ejemplo, en el caso de Madre, el cortometraje nominado al Oscar que Rodrigo Sorogoyen dirigió en 2016, que no sólo dio pie al largo del mismo título realizado tres años después, sino que éste, durante sus primeros veinte minutos, insertaba íntegro el corto original como parte de su trama.

La maniobra urdida por Philip Barantini no es tan extrema como la apuesta de Sorogoyen, pero viene a confirmar esa capacidad que tiene el cortometraje de ser boceto de un trabajo más ambicioso. De hecho, el brillante realizador de Hierve ya tenía a sus espaldas una larga carrera de veinte años como actor, cuando decidió lanzarse al ruedo de la dirección —se le ha visto, por ejemplo, en las miniseries de HBO Hermanos de sangre (Band of brothers, 2001) y Chernobyl (Chernobyl, 2019)—. Con su primer corto, un drama pugilístico titulado Seconds out (2019), Barantini ya obtuvo algunas menciones en diversos festivales, pero ha sido el segundo, Boiling point (2019), el que le ha supuesto un reconocimiento crítico mucho más amplio. A lo largo de los veintidós minutos que dura la proyección, la cámara es testigo, en un solo plano secuencia, del estrés sufrido por un importante chef en su lujoso restaurante antes de venirse abajo por una acumulación de problemas. Interpretado por el también experimentado Stephen Graham, otro veterano de Hermanos de sangre, el jefe de cocina mantiene el tipo frente a la cámara sin esquivarla ni un solo instante, con el objetivo de que no sea únicamente la interpretación del actor la que transmita la tensión de esa noche, sino que también el modo en que todo está filmado, sin cortes ni trucos de montaje, se convierta en el principal recurso expresivo del director. Veintidós minutos de plano secuencia es un auténtico desafío. Bien es cierto que, desde un punto de vista formativo, puede resultar interesante como ejercicio de estilo, pero, ¿es posible mantener el interés de una propuesta semejante durante el tiempo que dura un largometraje? Y, en cualquier caso, ¿puede hacerse?, ¿es técnicamente posible? Con toda seguridad, éstas y otras preguntas debieron pasar por la mente de Barantini antes de reunir de nuevo al equipo y proponerle repetir la experiencia, pero ahora con un tamaño mayor, lo que implicaría sazonar el guion con más problemas personales, más incidencias laborales y más personajes incómodos.

La escritura del guion, no obstante, debió resultarle más fácil de lo que uno podría pensar, ya que, por razones de pura supervivencia, durante un número considerable de años el actor Philip Barantini debió compaginar su pasión por las tablas con diversos trabajos de hostelería, llegando incluso a ejercer de chef en algún restaurante. Así que experiencias, anécdotas y ejemplos extraídos de la vida real no le han faltado. Junto a su socio de escritura James Cummings elaboró un relato que pudiera suceder durante un turno de cenas en el tiempo limitado que dura la película, teniendo en cuenta que debía parecer un fragmento elegido al azar dentro del ajetreo permanente que se vive en un restaurante de moda, donde los comensales disfrutan del menú, del ambiente y de un trato exquisito, sin sospechar que de puertas adentro pueda estar viviéndose un auténtico infierno. Lo que haya sucedido unos minutos antes, o lo que vaya a pasar una vez finalizada la película, no interesa, aunque durante esa hora y media de idas y venidas entre fogones recibiremos suficientes indicios para empatizar (o no) con los diversos personajes. Aquí tenemos al chef Andy (Stephen Graham), del que enseguida sabremos que no se encuentra en su mejor momento económico y familiar, motivo que le impide realizar su trabajo todo lo bien que debiera. Sus segundos son Carly (Vinette Robinson), siempre dispuesta a cubrir los despistes del jefe y apaciguar los conflictos en el equipo, y el irascible Freeman (Ray Panthaki), quien a duras penas puede disimular ya su hartazgo. Esta noche, nada más entrar por la puerta, Andy se ha topado con el inspector de sanidad Lovejoy (Thomas Coombes), determinado a rebajar la categoría del restaurante en dos puntos sobre cinco tras un minucioso examen. Ante semejante noticia comienzan a saltar chispas entre el resto de miembros de la cocina y la metre Beth (Alice Feetham), que además les avisa de la inminente llegada de una célebre crítica gastronómica (Lourdes Faberes) que se va a presentar acompañada por Alastair Skye (Jason Flemyng), antiguo socio y ahora rival de Andy. Entre los comensales hay de todo, desde los estúpidos influencers que amenazan con dejar una mala reseña en sus redes sociales, hasta un padre de familia racista que prefiere ser atendido por una camarera blanca, pasando por un joven que va a declararse en matrimonio a mitad de la cena, o un grupo de turistas americanas con ganas de juerga. Y en medio de todo eso, Andy a punto de explotar.

Por muchos conflictos que se planteen, ya sean los descritos aquí arriba u otros completamente distintos, lo cierto es que la película resulta interesante sobre todo en función de la maestría técnica con la que está realizada, aunque también es justo destacar las increíbles interpretaciones del elenco en pleno. De hecho, el trabajo de los actores resulta aún más admirable si tenemos en cuenta la forma en que se ha rodado el film, pues, en cierto modo, esta película puede entenderse como un tipo de experiencia teatral inmersiva, en la que el espectador se coloca desde el minuto uno en el centro del escenario y en el epicentro de la historia. Aceptando, empero, que el principal atractivo de la cinta tiene que ver con aspectos técnicos y de mecánica narrativa —algo que suele interesar sólo a quienes disfrutan diseccionando y estudiando tales cuestiones—, existe el riesgo de que el recurso del plano secuencia se agote en sí mismo al cabo de un tiempo y el espectador termine por perder interés. Posiblemente ahí radique la principal dificultad de rodar una película como ésta; no tanto en la complejidad técnica, sino en la habilidad del director para estructurar el conjunto y conseguir el ritmo preciso con el que ir dosificando tanto las informaciones y las acciones, como los recursos narrativos audiovisuales volcados en la pantalla. Y esto último, en definitiva, poco tiene que ver con la técnica; aunque sí mucho con la capacidad e intuición para saber contar bien una historia.

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