Los Estados Unidos en 1945. El gran jefe de la mafia (y “padrino” de las “familias” sicilianas en Nueva York), Don Vito Corleone, ya en el otoño de su vida, rodeado de parientes y colaboradores sumisos, festeja la boda de su hija. Como cabeza de una de las familias que dominan el crimen organizado, maneja sus asuntos con mano de hierro.
Duros enfrentamientos con una banda rival llevan a la guerra entre gángsters. Los asesinatos, las traiciones y las batallas se suceden, pero la organización criminal permanece. A la muerte de Don Vito Corleone, víctima de un infarto, tomas las riendas de los negocios y de la familia su hija menor Michael, que se convierte así en el nuevo “padrino”.
En 1966, la Paramount pagó al escritor italo-norteamericano Mario Puzo 7.500 dólares para que convirtiera en un libro un relato breve que la compañía había comprado y llevaba el título de Mafia. Sin duda, fueron los dólares mejor invertidos de la historia de la productora.
“Lo escribí porque quería ganar dinero”, reconoció más tarde Puzo, cuando ya había transformado las veinte páginas de Mafia en la novela El padrino, una fascinante mirada al mundo del crimen y un auténtico bestseller. La Paramount decidió hacer de ella el eje de su nueva política comercial, llevándola al cine con un elevado presupuesto y una gigantesca campaña de promoción. La dirección fue encargada a uno de los jóvenes directores que soñaban con conquistar Hollywood: Francis Ford Coppola. Se tenía el convencimiento de que su origen italiano le hacía la persona ideal para el proyecto: la historia del venerable patriarca Vito Corleone, jefe de una familia mafiosa italo-norteamericana, que ya en el otoño de su vida traspasa el poder a su hijo Michael. En suma, la vida de una lucha a muerte y el tránsito hacia ella.
El padrino, en cuyo guion trabajaron juntos Puzo y Coppola, obtuvo un éxito colosal. Los noventa millones de dólares de recaudación batieron todos los records. Pero no sólo en el aspecto comercial la película marcaría un hito en la historia del cine. También lo haría en el terreno artístico, hasta el punto de convertirse en la carta de presentación -una especie de manifiesto artístico- de la nueva generación de directores americanos de los años setenta, la de los locos por el cine.
Dominada por la enorme y patriarcal figura de Don Corleone -interpretado por un inigualable Marlon Brando-, la narración se concentra en el carácter mítico del personaje, que alcanza así la categoría de referencia universal. Es el modelo de “el padrino” por excelencia, el temible patrón que organiza los crímenes de la Cosa Nostra, a la par que decide los destinos de todos y cada uno de los miembros de su familia. En suma: el padre, una figura venerable y terrorífica a la vez. A su alrededor, Coppola va alternando zonas de luces con ámbitos en penumbra, ceremonias religiosas y reuniones familiares con escenas de una violencia in crescendo, descripciones minuciosas de lo cotidiano y familiar con baños de sangre y batallas entre delincuentes.
Coppola deja de lado las películas de gángsters tradicionales eliminando el consabido esquema de la ascensión y caída del jefe mafioso, para sugerir en cambio la permanencia del mundo criminal.
El relato se inicia con la boda de la hija de Don Vito Corleone. En la fiesta están presentes sus tres hijos varones, Sonny (James Caan), Michael (Al Pacino y Freddo (John Cazale), así como también su protegido irlandés (Robert Duvall). Pero es él, desde las sombras de su despacho, el verdadero centro de atracción, el amo al que todos pasan a rendir pleitesía o solicitar protección. En el curso de una reunión posterior, otra familia mafiosa le propone asociarse para controlar el mercado de la droga, pero él presiente que ello los llevará a la destrucción. Su negativa acarrea la guerra y un rosario de sangrientos ajustes de cuentas. Tras la muerte de Don Vito, víctima de un infarto, quien toma el relevo es el hijo menor, Michael, el encargado ahora de proseguir su obra con la misma dureza y crueldad.
El film se cierra con una nueva celebración de toda la familia en la que el heredero recibe impasible los saludos de los invitados que pasan a homenajearle; un nuevo “padrino” ha nacido a imagen y semejanza de Don Vito. En lugar de una historia orquesta sobre el signo de lo efímero, Coppola ha preferido narrar una sombría tragedia familiar que es casi una parábola de toda la sociedad norteamericana. El mismo director lo ha dicho: “Nuestra sociedad, como la mafia, ha sido trasplantada de Europa. Es un cuerpo capitalista en busca de beneficios. Por ello cree que cualquier cosa que haga para protegerse y sostenerse a sí mismo y a su familia es moralmente bueno”.
En el momento en que Coppola propuso a Marlon Brando para el papel de Padrino, se encontró con una terminante negativa por parte de los productores. El prestigio y a cotización del actor estaban entonces por los suelos. Pero, como le interesaba el personaje del viejo Vito Corleone, Brando aceptó la humillación de someterse a una prueba. Algo que no había hecho desde sus comienzos en 1950, cuando impuso su estilo interpretativo inconfundible y se erigió en prototipo de los jóvenes airados, como uno de os grandes mitos del cine moderno.
La odisea terminó para Brando en 1972 con el incontestable éxito de El padrino. Espectacularmente cambiado en su caracterización de Don Vito -con un asombroso maquillaje sugerido por él mismo, la mandíbula inferior adelantada, los labios apretados y sus fantasmales ojos azules mirando desde el infierno-, el actor recuperó la estatura de gigante.
Inauguraba así la segunda etapa de su carrera como un intérprete de increíble madurez y versatilidad. De inmediato firmó con Bertolucci la película que habría de cambiar el rostro del cine de los años setenta: El último tango en París, por la que fue nuevamente nominado para el Oscar al mejor actor. Y en 1979 volvería a dar la campanada, en un papel no muy extenso, en la película igualmente de Coppola Apocalypse Now.
La noche del 27 de marzo de 1973, los máximos representantes de la “fábrica de sueños” se reunían para asistir a su ceremonia más esperada. Siguiendo los pasos de un ritual celosamente observado, a las seis en punto de la tarde fueron llegando al Dorothy Chandler Pavillon de Los ángeles todos, o casi todos, los miembros del star-system. Sin embargo, la entrega número cuarenta y cinco los Oscar tuvo que empezar sin el maestro de ceremonias, Charlton Heston, quien apareció cincuenta minutos tarde porque había sufrido una avería de automóvil y hubo de ser reemplazado momentáneamente por Clint Eastwood.
Los Oscar 1972 marcarían en la historia de la Academia el advenimiento de una nueva generación, llegada al cine para impulsar el renacimiento den Hollywood. La señal fue la elección de El padrino, el ambicioso film de Francis Ford Coppola, como la Mejor Película del año, galardonada también con los premios al Mejor Guion Adaptado de Mario Puzo y el mismo Coppola, y al Mejor Actor, Marlon Brando, por su interpretación de Don Vito Corleone, el capo de los gángsters. Pero aquí sobrevino la gran sorpresa: en lugar de Marlon Brando quien se acercó al escenario fue una muchacha de largas trenzas negras, llamada Sachen Pequeña Pluma. Era una joven sioux, quien pronunció un discurso reivindicando los derechos de su pueblo y en solidaridad con los indios encerrados en Wounded Knee, como protesta por el trato vejatorio que les daban la televisión y el cine, “la industria más racista”, según el propio Brando.