Los orígenes de Don Vito Corleone en la Sicilia de finales del siglo XIX. Su padre y su hermano han sido asesinados por el cacique de la aldea. Él, un niño aún, tras asistir impotente al asesinato de su madre, consigue huir a América. Allí se transformará en El Padrino, el respetado jefe de la mafia. Cuarenta años más tarde, su sucesor, Michael, después de un largo y doloroso proceso, es el nuevo jefe. Tiene en sus manos el poder absoluto, pero no ha conseguido ser admirado como su padre. Autor del asesinato de su hermano, temido por todos y despreciado por su esposa, terminará sumido en la más absoluta soledad, con las espaldas cargadas de crímenes y los sueños disipados.
“No tenía la menor intención de hacer la continuación de El Padrino, pero la Paramount me lo propuso y no pude negarme. Estaba lleno de deudas.” Además del salario -un millón de dólares-, el motivo principal según Coppola fue “la posibilidad de vencer el estigma que pesa sobre las segundas partes y darle la vuelta”.
Después de tres meses de intenso trabajo entre Coppola y el escritor Mario Puzo sobre la novela original de éste, resultó un guion denso y complejo. La forma elegida para esta “continuación” era absolutamente inédita: con el personaje de Don Vito Corleone, Padrino, como núcleo central de la historia, a partir de él se narraba lo que había precedido y lo que había seguido a ese núcleo. El resultado fue un rico entramado de recuerdos, anticipaciones, un alucinante viaje por la memoria, en el que el pasado y el futuro se entrecruzaban para imponer la medida de la ambiciosa saga.
Por eso El Padrino II no es sólo la continuación de los acontecimientos que se suceden en la primera parte, sino que la historia alcanza una nueva dimensión, se trata de una puesta en claro retrospectiva, que tiene las cualidades de una memoria total, con una linealidad asombrosa no obstante los saltos temporales. La película muestra dos historias paralelas: la ascensión al poder de Don Vito y la trayectoria de su sucesor, su hijo Michael, ambas como un testimonio pesimista de la violencia y la inexorable soldad que aguarda al final del trayecto. Por una parte narra la juventud del fundador de la dinastía, su partida de Sicilia, la llegada a los Estados unidos, los peldaños del triunfo gracias a una exacta adaptación a las reglas del capitalismo americano. Y por fin, su último regreso a la tierra natal para vengar el asesinato de los padres.
La otra parte del film se sitúa en la generación posterior: expone la progresiva soledad de Michael y la lenta desintegración del mundo que rodea al nuevo jefe de los Corleone. Los valores han cambiado, el centro del poder se ha desplazado y la familia está en vías de destrucción.
Coppola logra una película magnífica, de amplio aliento, que alcanza a seis décadas y seis generaciones de la familia Corleone, sus amigos y enemigos. Son los mismos temas que en la primera parte, pero tratados de un modo más sosegado, casi sin énfasis y con una mayor dosis de pesimismo. El fin es inevitable, y así como las ceremonias religiosas que van pautando el relato son otras tantas afirmaciones del poder representado por el Padrino, la profusión de personajes no hace sino acentuar su profunda soledad.
“Lo que me interesó -dijo Coppola-, fue la idea de la sucesión, mostrar al padre y al hijo, cada uno en su propio tiempo. La segunda parte muestra que el poder, desprovisto de humanidad, es más destructivo que una patrulla de guerra.”
Para ello Coppola contó con un reparto de lujo. Robert de Niro intentó hacer creíbles los inicios de la trayectoria del Padrino, a quien el público había visto como Marlon Brando en la primera parte. El resultado fue un gran trabajo que el actor vio premiado con un Oscar. A su lado contó con una irreprochable interpretación de Al Pacino en el personaje más controvertido de la saga: el imperturbable Michael, tan parco en palabras como en gestos.
Con su andar pausado y su innegable aspecto italiano, con su voz rasgada y sin pronunciar una sola palabra en inglés, Robert de Niro compuso en El padrino II un papel memorable, el del joven siciliano que se va abriendo camino en América hasta convertirse en uno de los jefes de la mafia: Don Vito Corleone, interpretado en su vejez por Marlon Brando (primera parte).
Para ello De Niro estudió detenidamente los vídeos con las escenas filmadas con Brando, hasta llegar a captar sus menores gestos, sus movimientos más leves, su composición del personaje, y encontrar la línea divisoria entre imitación e identificación. Todo un reto, que el actor vio recompensado con el Oscar al Mejor Actor de Reparto.
Con los seis Oscar obtenidos por su película El padrino II, 1974 fue el año de Francis Ford Coppola. El artista genial e incomprendido de la década de los sesenta, habría de convertirse en el último magnate de la historia del cine. Ese año fue el de las películas de catástrofes, de Francis Ford Coppola y de Ingrid Bergman. En la noche de los Oscar, el catastrofismo estuvo representado por dos producciones: El coloso en llamas y Terremoto. Pero El padrino II fue la obra triunfante, al llevarse seis Oscar -el doble que su predecesora- y marcar así la gran revancha de la primera parte, por la estatuilla que dos años antes perdiera Coppola en beneficio de Bob Fosse.
E l8 de abril de 1975, pese al frío y la lluvia que se había enseñoreado de Los Ángeles, los Mercedes, Rolls-Royce y Cadillac aparecieron puntualmente en el Dorothy Chandler Pavillon con las grandes estrellas de Hollywood. Y entre los últimos y más inadvertidos hacía su aparición Francis Ford Coppola con toda su familia: su padre Carmine Coppola, coautor de la música de esta segunda entrega de la saga, y su hermana Talia Shire, intérprete también de la película.