Miradas de Cine I

Rollerball, ¿un futuro próximo?

NUNCA HA SIDO UN JUEGO



Director: Norman Jewison

Guión: William Harrison

Sobre su relato “Roller Ball Murder”

Fotografía: Douglas Slocombe

Dirección Musical: André Previn

Montaje: Antony Gibbs

Diseño de Producción: John Box

Vestuario: Julie Harris

Coordinador de Especialistas: Max Kleven

Productor: Norman Jewison

Productor Asociado: Patrick Palmer

Intérpretes: James Caan, John Houseman, Maud Adams, John Beck, Moses Gunn, Pamela Hensley, Barbara Trentham, Ralph Richardson, John Normington, Shane Rimmer, Burt Kwouk, Nancy Bleier, Rick Le Parmentier, Robert Ito 


Idioma (VOSE): Inglés

Duración: 125'

SESIÓN 07.03.23

En un futuro próximo (2018), no existen los Estados nacionales, y el mundo está gobernado por seis grandes corporaciones (Energía, Transportes, Alimentación, Vivienda, Servicios y Lujo), regidas por una casta de todopoderosos ejecutivos. Ya no existen las guerras, el hambre ni las enfermedades. Las corporaciones se ocupan de proveer todas las necesidades, y a cambio sólo piden a los ciudadanos sumisión absoluta y no interferir en las decisiones de los consejos de administración. La válvula de escape, para que no estalle una sociedad tan controlada, es un deporte ultaviolento llamado Rollerball, que se emite al mundo a través de las ominipresentes pantallas de multivisión. En el Rollerball, se enfrentan, en una pista circular, dos equipos de 12 jugadores, 3 de ellos en moto y 9 en patines, con cascos y guantes con púas, más 8 reservas. Se trata de coger una bola de acero, lanzada por un cañón a gran velocidad, y “encestarla” en un agujero magnético. Pero las reglas permiten golpear, herir e incluso matar a los jugadores rivales, para apoderarse de la bola, mientras el público no pierde detalle, en vivo y por multivisión. Por ahora, el record de muertes en un partido está en nueve… 

La estrella del juego es Jonathan E (James Caan), el capitán del equipo de Houston, bajo la bandera de la corporación de Energía, que lleva diez años como jugador, superando en permanencia y logros a cualquier otro. La película empieza mostrando, con aire documental, como si fuera una retransmisión real, los momentos anteriores a un partido, la llegada de los equipos, la preparación de la pista, los árbitros y el personal que ocupa sus puestos, el público. Tiene un sentido ritual, casi religioso. Tras escuchar el himno de la corporación, el primer juego enfrenta al equipo de Houston con el de Madrid. No tengo que decirles quién gana, dejando unos cuantos heridos y algún muerto por el camino. Después del partido, el jefazo de la corporación, Bartholomew (John Houseman), y su séquito, visitan el vestuario, bromean con los jugadores y les felicitan, sobre todo a la estrella Jonathan E, a quien anuncian un programa especial de multivisión dedicado a él. Según Bartholomew, los jugadores sueñan con ser ejecutivos, y los ejecutivos sueñan con ser jugadores de Rollerball y aplastar cabezas… Pero al día siguiente, en una reunión privada en la sede de la corporación, Bartholomew muestra una cara muy distinta ante Jonathan, y le comunica la decisión del directorio de que debe abandonar el juego y retirarse. El jugador no lo entiende, pero Bartholomew le recuerda que no tiene que saber los motivos, que no debe cuestionar las decisiones de los ejecutivos, y que el suyo será un retiro dorado, con privilegios similares a los ejecutivos (pero sin su poder).

Jonathan se resiste a abandonar el juego. Intenta averiguar las razones ocultas, a través de su amigo y mentor Cletus (Moses Gunn), que se muestra solidario pero esquivo. Está atormentado por la pérdida de su esposa Ella (Maud Adams), que le abandonó para irse con un ejecutivo. Se aferra a los vídeos de Ella, intentando capturar un pasado que no sólo ha desaparecido, sino que quizá nunca existió como lo recuerda. Por otra parte, tiene un deseo ardiente, aunque inconcreto, de conocimiento, quiere estudiar la historia, saber cómo llegó el dominio de las corporaciones, cómo fueron las “guerras corporativas”, cómo se toman las decisiones de la gerencia… Pero ya no existen los libros, que han sido digitalizados y editados. Jonathan visita el superordenador Zero, el depósito de toda la memoria del mundo, atendido por un bibliotecario (Ralph Richardson). Pero, lejos de la fría, aunque neurótica, eficiencia de HAL 9000, el ordenador Zero confunde o extravía la información almacenada. Acaba de perder todo el siglo XIII (sólo Dante y algunos Papas corruptos, se consuela el bibliotecario). Ante las preguntas de Jonathan, sus respuestas son incomprensibles y carentes de sentido.

Para forzar el retiro de Jonathan E, las corporaciones van haciendo cambios progresivamente letales en el juego: en el partido con Tokio, desaparecen las faltas, todo vale. Y se rumorea sobre nuevas reglas para la final contra Nueva York, como la prohibición de las sustituciones y la desaparición del límite de tiempo, lo que convertiría el “juego” en una lucha a muerte de gladiadores… “Nunca ha sido un juego”, grita al final el entrenador Rusty (Shane Rimmer). Pues para los ejecutivos el propósito del Rollerball es demostrar la inutilidad del esfuerzo individual. Nadie puede ser más grande que el juego mismo, sentencia Bartholomew, y un Jonathan E convertido en leyenda contradice ese objetivo. 

Las escenas del Rollerball debieron parecer mucho más violentas en 1975 que ahora, pero conservan su poder. El héroe Jonathan E no es un personaje “simpático”, es frío y un poco “tarugo”, trata como piezas del mobiliario a sus compañeras sucesivas, la inteligente Mackie (Pamela Hensley) y la traicionera Daphne (Barbara Trentham). Resulta brillante la extraña secuencia de la fiesta, que nos permite atisbar el mundo de los ejecutivos. Rollerball sigue siendo pertinente, incluso más ahora, cuando ha crecido el poder de las corporaciones, el sadismo de los reality ha llegado a extremos que superan la ficción, y tantas animaladas se suben alegremente a las redes sociales.

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