Miradas de Cine I

¡Que vienen los Rusos! ¡Que vienen los Rusos!

“¡TENEMOS QUE ORGANIZARNOS!”



Director: Norman Jewison

Guión: William Rose

Sobre la novela de Nathaniel Benchley “The Off-Islanders”

Fotografía: Joseph Biroc

Música: Johnny Mandel

Montaje: Hal Ashby y J. Terry Williams

Dirección Artística: Robert f. Boyle

Productor: Norman Jewison

Intérpretes: Carl Reiner, Eva Marie Saint, Alan Arkin, Brian Keith, Jonathan Winters, Paul Ford, Theodore Bikel, Tessie O’Shea, John Phillip Law, Ben Blue, Andrea Dromm, Sheldon Collins, Guy Raymond, Cliff Norton, Richard Shaal, Doro Merande, Cindy Putnam, Michael J. Pollard, Johnnie Whitaker


Idioma (VOSE): Inglés y ruso

Duración: 125'

SESIÓN 31.01.23

El submarino soviético “Pulpo” navega en secreto por las aguas nocturnas, cerca de la costa de Estados Unidos. Desoyendo a sus subordinados y con mapas obsoletos, el Capitán (Theodore Bikel) se obstina en acercarse a la orilla para ver América por el periscopio… hasta que encalla en una playa de la isla de Gloucester, en Nueva Inglaterra. Al amanecer, el desolado Capitán envía a tierra a un grupo de nueve hombres armados, al mando del Teniente Rozanov (Alan Arkin), con la misión de conseguir un barco que pueda remolcar al submarino. La primera casa que encuentran es la del escritor Walt Whittaker (Carl Reiner) y su esposa Elspeth (Eva Marie Saint). Los rusos, todos vestidos de negro, llaman educadamente a la puerta de los Whittaker, dicen ser noruegos y les piden ayuda para encontrar un barco. El irritante hijo de la familia, Pete (Sheldon Collins), no se traga el cuento y grita que son rusos. Así que éstos no tienen otra que sacar sus armas, tomar como rehenes a los Whittaker, a los que dejan bajo vigilancia de Alexei (John Phillip Law), mientras toman prestado su coche para ir al puerto. El coche se queda sin gasolina, los rusos tienen que ir andando hasta el pueblo, donde capturan un nuevo “objetivo”, la estafeta de correos de Muriel Everett (Doro Merande), a la que dejan atada mientras cogen su coche, pero ella ha conseguido transmitir la alarma a la telefonista, Alice Foss (Tessie O’Shea). La voz se extiende por la isla (“¡Que vienen los rusos!”). Pero es domingo, los “invasores” han cortado la línea telefónica, y las fuerzas locales se limitan al exiguo cuerpo policial del Jefe Link Mattocks (Brian Keith). Mientras, espoleado por las pullas de su hijo, que le considera un traidor colaboracionista, Whittaker logra sorprender al nervioso Alexei y quitarle la metralleta. El joven ruso huye, pero luego se encuentra con la joven Alison (Andrea Dromm), y los dos se enamoran. En el pueblo, los ciudadanos eligen al veterano Fendall Hawkins (Paul Ford) como jefe de una milicia civil improvisada, mientras Muriel y otra vecina recorren la isla en moto para dar la alarma, el borracho Luther Grilk (Ben Blue) intenta montar a caballo para difundir la noticia, y el agobiado ayudante de policía Norman Jonas no deja de repetir: “¡Tenemos que organizarnos!”

La asamblea ciudadana se convierte en un guirigay similar a cualquier reunión de comunidad de vecinos. La locura, la paranoia y el miedo proliferan en ambos lados. En ese ambiente abonado para el desastre, la última reserva de cordura la forman unas pocas personas sensatas como Whittaker, Elspeth, Mattocks y Rozanov. El eje de la película es la relación entre el escritor y el teniente ruso, que le captura una y otra vez (“siempre le digo adiós y siempre le encuentro de nuevo”, comenta Rozanov), una alianza entre dos personas que puede ser la única forma de evitar una masacre absurda. Cuando el propio Whittaker se deja llevar por la demencia y dispara a Rozanov, éste comenta, apenado: “Sé que todos en esta isla están completamente locos, pero usted, Whittaker Walt, ¿también está loco?” Los peores “halcones”, que no están dispuestos a ninguna comprensión del “enemigo”, son un niño gritón de seis años, que acusa a su padre de traidor (“¡No les digas nada! ¡Ni siquiera te han torturado aún!”), y un anciano pomposo con su ridícula espada conmemorativa. Mientras, el joven e ingenuo Alexei le explica a su amada Alison que le han dicho que todos los americanos son malvados, pero que él no quiere odiar a nadie.

“Ahora puede parecer inane, pero, en aquel momento de nuestra historia, la Unión Soviética estaba tan demonizada, que hacer una película que desafiara esa visión era algo bastante valiente”, escribió Alan Arkin en su autobiografía, An Improvised Life (ed. Da Capo Press, 2011). Según señala el actor, el atrevido “mensaje” de la película era que los rusos eran seres humanos como los americanos (hablamos de los rusos normales, claro, no de Putin). También podían ser amables y estar asustados. Y eso en una época en la que los escolares hacían simulacros sobre cómo actuar ante un bombardeo, proliferaban los refugios en los jardines, y la guerra nuclear entre Estados Unidos y la URSS parecía una posibilidad muy real. Podemos pensar que había quedado atrás lo peor de la caza de brujas anticomunista de los años 50, pero considerar a los rusos como seres humanos seguía siendo inconcebible para muchos.

Como subraya Ira Wells, no se trataba de una película intelectual, sino de una farsa que combinaba el frenesí de las anteriores comedias de Jewison (la persecución en Disneylandia de Soltero en apuros) con los clásicos de Chaplin y los Hermanos Marx, sin olvidar la comedia Ealing. Es una comedia muy divertida, con excelentes trabajos de los actores, y una realización ágil e imaginativa. No es una película explícitamente “política”, ni siquiera se mencionan el comunismo ni el capitalismo. Pero precisamente así consigue dar un mensaje “político” por la vía humanista. Aunque quizá lo triste sea que, aunque se refiera a ese contexto histórico, no ha perdido actualidad. La demonización y la deshumanización del “otro” siguen a la orden del día. Que vienen los… (rellenar con el enemigo de turno).

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