Miradas de Cine I

La sentencia

FANTASMAS DEL PASADO



Director: Norman Jewison

Guión: Ronald Harwood

Sobre la Novela de Brian Moore

Fotografía: Kevin Jewison

Música: Normand Corbeil

Montaje: Stephen E. Rivkin y Andrew S. Eisen

Diseño de Producción: Jean Rabasse

Vestuario: Carine Sarfatti

Productores: Robert Lantos y Norman Jewison

Co-Productores: Yannick Bernard y Sandra Cunningham

Productores Ejecutivos: Michael Cowan, Mark Musselman, Jason Piette y David M. Thompson

Productora Asociada: Julia Rosenberg

Intérpretes: Michael Caine, Tilda Swinton, Jeremy Northam, Alan Bates, Charlotte Rampling, John Neville, Ciarán Hinds, Frank Finlay, William Hutt, Matt Craven, Noam Jenkins, Peter Wright, Malcolm Sinclair, Colin Salmon


Idioma (VOSE): Inglés

Duración: 114'

SESIÓN 02.05.23

Unos rótulos iniciales, sobre fondo negro, nos recuerdan que, después de la ocupación de Francia por Alemania en 1940, se estableció el régimen de Vichy, bajo el Mariscal Pétain. En 1943, el gobierno de Vichy creó una fuerza militar llamada la Milice para cumplir las órdenes de los ocupantes Nazis. Al acabar la guerra, muchos colaboradores fueron juzgados, algunos escaparon… y unos pocos ascendieron al poder. El prólogo, en blanco y negro, se sitúa en la ficticia Dombey, Francia, en junio de 1944. De noche, una columna alemana llega al pueblo, y los SS, con la colaboración del joven miliciano francés Pierre Brossard (George Williams), separan a siete judíos, que Brossard identifica comprobando si están circuncidados, los llevan junto a una tapia y los fusilan. Brossard les da el tiro de gracia… En la Provenza, en abril de 1992, ya en color, David (Matt Craven), identifica a Pierre Brossard (Michael Caine) en un bar y le sigue con su coche (un Renault Clío siguiendo a un Peugeot 309). Sus órdenes son asesinarlo y dejar junto a él una “declaración” (statement) explicando que Brossard es un colaborador Nazi al que ha matado en castigo por la muerte de los judíos de Dombey. David le adelanta y le tiende una trampa en la carretera, pero Brossard es más rápido y dispara primero. Arroja el cadáver y el coche de David a un barranco, y se refugia en una abadía.

Por su parte, la Juez Annemarie Livi (Tilda Swinton) comienza una investigación para atrapar a Brossard, para la que recluta al eficiente Coronel Roux de la Gendarmería (Jeremy Northam), porque no se fía de la Policía que colaboró con el régimen de Vichy. Brossard fue detenido después de la guerra, pero “alguien” le facilitó la huida. Desde entonces, ha estado escondido, protegido por la Iglesia, por antiguos colaboradores en la Policía, por algún “compañero de armas” que ha llegado muy alto, y por una organización secreta llamada Les Chevaliers de Ste. Marie, que en estos años le han dado refugio y dinero para sostenerse. En 1971, sus valedores consiguieron un perdón presidencial para él. Pero ahora se ha aprobado una nueva Ley sobre crímenes contra la Humanidad y vuelve a ser objetivo de la Justicia. Para la Juez Livi, la detención de Brossard puede ser el hilo que le lleve al “anciano”, un antiguo colaborador de los Nazis que ahora ocupa un alto puesto de poder… La investigación se topa con el hermetismo de la Iglesia, algunos de cuyos miembros destacados siguen justificando a Brossard, y también con la hostilidad de las altas esferas, personificadas en el Ministro Bertier (Alan Bates), que es tío de la Juez. Mientras, Brossard contacta con el ex Comisario Vionnet (Frank Finlay), ahora viticultor, para pedirle ayuda para salir del país. También va a Marsella para ver a su ex esposa Nicole (Charlotte Rampling). Mientras huye de abadía en abadía, perseguido por la Juez y, según parece, por una organización vengadora judía, Brossard empieza a notar que sus antiguos protectores se ponen de perfil…

La ambigüedad del personaje de Brossard es la clave de la película. Es un criminal, sin duda. Pero también es un ser humano torturado, vulnerable y acechado por la muerte por todos lados (incluyendo una afección cardíaca). Claro que, aunque se arrepiente, se confiesa y lloriquea, se niega a entregarse a la Justicia e ir a la cárcel, prefiere seguir escondido y mantenido por los Chevaliers, aunque la suya sea una vida angustiosa y miserable. Justifica esa hipocresía, supuesta penitencia, pero rechazo a pagar por sus crímenes, afirmando que le importa sólo el perdón de Dios. Durante años, prelados de la Iglesia como Monseñor Le Moyne (William Hutt) han validado su postura: gente como Brossard cometieron “graves errores” (un término un tanto suave), pero su intención era buena, creían que ayudaban a salvar a Francia del comunismo anticristiano que dominaba la Resistencia… La gran interpretación de Michael Caine logra dar vida y humanidad a este personaje complejo, patético y despiadado, que no es un villano de cómic, sin “ablandarlo” ni desnaturalizarlo (la película mantiene incluso la escena de la novela en la que da una patada a un perro… hoy día un crimen capital). El resto del reparto es magnífico, desde Tilda Swinton y Jeremy Northam hasta las breves apariciones de grandes intérpretes. La intriga está bien llevada por Norman Jewison y mantiene la atención con diversos giros que ya verán.

Por mucho que se exploren las ambigüedades morales de los colaboradores como Brossard, al final el “mensaje” queda claro. Sobre una foto histórica de los siete judíos fusilados el 29 de junio de 1944 y una imagen del monumento actual que los recuerda en Rillieux-la-Pape, aparece la dedicatoria de la película a esos siete hombres y a los 77.000 judíos franceses que perecieron durante la ocupación alemana y el régimen de Vichy.

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