Año 1944. Base del Ejército en Fort Neal, Louisiana. Un regimiento segregado formado exclusivamente por soldados y suboficiales negros, pero mandado por oficiales blancos. Aunque se suponía que iban a luchar por su país, los hombres llevan meses y años esperando, entrenándose, jugando al béisbol (varios de los soldados son veteranos de las Ligas Negras), y haciendo trabajos subalternos de limpieza y pintura para los blancos. Una noche, el Sargento Waters (Adolph Caesar) vuelve borracho a la base desde el cercano pueblo de Tynin y es asesinado de dos tiros. A primera vista, parece un asesinato racista del Ku-Klux-Klan, no sería el primero. La gran preocupación del mando (blanco) de la base es evitar que los soldados vayan al pueblo a vengarse y estalle la violencia entre los racistas blancos y los soldados negros… Unos días después, llega desde Washington el Capitán Davenport (Howard E. Rollins Jr.), con la misión de investigar los hechos. Davenport, abogado graduado en Harvard, es el primer oficial negro que se ha visto en el profundo Sur, lo que supone una gran conmoción para todos. El Coronel Nivens (Trey Wilson), oficial blanco al mando de la base, le deja claro que espera que acabe su trabajo en tres días y no cause revuelo: “Lo peor que se puede hacer, en esta parte del país, es prestar demasiada atención a la muerte de un negro en circunstancias misteriosas, sobre todo si es un soldado”. Por su parte, el Capitán Taylor (Dennis Lipscomb), que sí es partidario de una investigación a fondo, cree que Davenport no puede encabezarla, pues allí nadie sostendría una acusación contra un blanco formulada por un negro.
Davenport empieza a interrogar a los soldados, lo que permite encadenar sucesivos flashbacks sobre la vida en la base y sobre el asesinado Sargento Waters. El soldado Wilkie (Art Evans), que era sargento y fue degradado por Waters por estar borracho en una guardia, ofrece un retrato contradictorio de la víctima, como un suboficial estricto, pero justo y buena persona en el fondo… Se descarta la autoría del Klan, porque Waters conservaba sus insignias, y los racistas del Klan odian tanto a los negros de uniforme que les arrancan las insignias y galones antes de lincharlos. En sucesivos interrogatorios y flashbacks, va apareciendo un Sargento Waters tiránico, que odiaba a los negros del Sur, a los que consideraba inferiores (“si no fuera por los negratas del Sur, los blancos no pensarían que todos somos tontos… ¿sabes cuánto daño puede hacer un negro ignorante”). Y Waters coloca en su punto de mira a C. J. Memphis (Larry Riley), un joven alegre y agradable, que juega al béisbol y toca la guitarra, y que cae bien a todo el mundo. Para Waters, es el ejemplo del negro que degrada a su raza y que justifica que los blancos no les reconozcan su dignidad y su honor: el negrata de campo gracioso e inculto, que canta y hace el payaso, que se rebaja, que sirve para que los blancos tengan alguien a quien despreciar e insultar… Waters sentencia que la raza negra ya no puede permitirse gente como C. J. Memphis: “No podemos dejar que nadie siga pensando que todos somos tontos como tú”.
La película retrata el racismo estructural existente en la base: los soldados negros pueden ser enviados al frente a luchar y morir junto a los blancos, pero no se les reconoce como iguales. Se les encomiendan tareas serviles. Los oficiales son todos blancos. También el racismo del profundo Sur que rodea la base: bancos y fuentes sólo para blancos, comercios en los que los negros no pueden entrar, los negros deben viajar en los asientos traseros de los autobuses. Pero la obra y el guión de Charles Fuller se atreven a dar un paso más, al mostrar también el racismo de algunos negros contra otros negros. El Sargento Waters cree que la guerra es la gran oportunidad para que los blancos reconozcan la dignidad de los negros, pero cree también que los negros del Sur, tontos, payasos o borrachos, no encajan en esa utopía futura (llega a decir que los nazis no están tan locos). Su objetivo puede parecer noble, la mejora de su situación, pero se refiere a un estándar blanco, por lo que es racista. Por su parte, Peterson (Denzel Washington) abomina de esos negros soberbios como Waters que, cuando los blancos les dan algún poder, algún trabajillo de criados, se creen algo y tiranizan a los demás.
Podemos ver cierto paralelismo entre Historia de un soldado y En el calor de la noche. El Capitán Davenport tiene mucho de Virgil Tibbs: un negro culto, inteligente, que viene del Norte a investigar un caso criminal en el profundo Sur, donde nadie ha visto a un negro con su autoridad. Como Tibbs, Davenport transmite un sentido de dignidad y también de furia contenida, debajo de sus modales educados y sus gafas de sol tipo MacArthur. Por su parte, el Capitán Taylor sería como Gillespie (aunque sean muy diferentes como personajes), el blanco obligado a colaborar con el forastero más listo, hostil al principio, pero que luego reconoce su valía.
En palabras de Jewison, su objetivo era que el público sintiera el ultraje y la injusticia, pero que también se llevara a casa la esperanza de que puede haber un mundo mejor. Al final, resuelto el crimen (no se lo voy a destripar), las tropas negras son movilizadas y parten camino a Europa. Y el Capitán Taylor reconoce que va a tener que acostumbrarse a ver oficiales negros… Puede apostar a que se acostumbrará, responde Davenport.