En Nueva Orleans, años 30, el joven apodado “The Cincinnati Kid” (Steve McQueen) es la estrella emergente en el mundo de los jugadores profesionales de póker. Llega a la ciudad Lancey Howard (Edward G. Robinson), llamado “The Man”, el número uno del juego, una estrella que viaja en primera, se aloja en los mejores hoteles y come ostras. El Kid pretende desafiar a Lancey, destronarlo para convertirse él en The Man. El maduro Shooter (Karl Malden), amigo y mentor del Kid, le advierte de que quizá no esté preparado. Y le recuerda su propia historia: Shooter también fue joven y también se creyó el mejor del mundo, se enfrentó a Lancey, y Lancey le destrozó… Ahora, Shooter se mantiene en la medianía, con una reputación intachable como organizador de partidas, pero que gana sólo para ir tirando, para decepción de su ambiciosa esposa Melba (Ann-Margret). En su visita a Nueva Orleans, Lancey empieza atendiendo a los negocios: una lucrativa partida contra el rico Slade (Rip Torn), al que derrota con elegancia y maestría. El siniestro Slade, que no está acostumbrado a perder ni a que le lleven la contraria, trama su venganza: apuesta por el Kid y chantajea a Shooter para que le “ayude” al repartir las cartas, para hundir a Lancey.
The Man, finalmente, accede a medirse con el Kid. La película se detiene en mostrar todos los rituales y protocolos de los jugadores profesionales: revisan la mesa, la lámpara, los mazos de cartas precintados (el suministrador firma una garantía). Antes del juego, un montaje paralelo muestra a Lancey y el Kid preparando sus maletines, sus accesorios, el dinero, todo el equipo de un profesional. La partida definitiva, que ocupa casi un tercio del metraje, empieza con seis jugadores. Pero cuatro de ellos, Pig (Jack Weston), Yeller (Cab Calloway), Hoban (Jeff Corey) y Sokal (Milton Selzer), van perdiendo y retirándose, hasta quedar un “mano a mano” entre Lancey y el Kid. Shooter y la legendaria veterana Lady Fingers (Joan Blondell) se alternan repartiendo cartas. En uno de los descansos, y aprovechando la ausencia de su novia Christian (Tuesday Weld), Melba juega sus “cartas” para seducir al Kid…
El tema de la película está claro para Norman Jewison: “Trata sobre ganar y perder. En Estados Unidos sólo interesan los ganadores, nadie habla de los perdedores”. No es una película sobre el póker (“las cartas sólo son las armas”). El Kid le explica así a Christian por qué quiere derrotar a Lancey: “Después del juego, yo seré The Man. Seré el mejor. La gente se sentará en la mesa para jugar conmigo, sólo para poder decir que han jugado con The Man. Y eso es lo que yo voy a ser”. Con esta declaración de intenciones, Christian comprende que el juego siempre será más importante para el Kid que su relación. Por su parte, el veterano Lancey señala que, para el verdadero jugador, el dinero nunca es un fin en sí mismo, sólo una herramienta… El enfrentamiento entre el joven y el veterano es el eje de la película: el joven ambicioso que quiere reemplazar a un campeón envejecido, pero que todavía no tiene intenciones de retirarse. Y lo curioso es que esto juega a dos niveles: los personajes, Kid-Lancey, pero también los propios actores, McQueen-Robinson, el nuevo Hollywood frente al clásico.
En cuanto al resto del reparto, y si se nos permite discrepar de Sam Peckinpah, Ann-Margret y Tuesday Weld resultan perfectas. Melba (Ann-Margret) es una bella seductora con un lado salvaje (sus ojos brillantes en la pelea de gallos) y un punto de sobreactuación casi auto paródico. Hay una escena maravillosa, creada por Terry Southern, que la define: cuando recorta y lima las piezas de un puzle, para acabar encajándolas a puñetazos, con una obstinación a la vez implacable e infantil. Por su parte, Christian (Tuesday Weld), la inocente y encantadora “chica de campo”, consigue sacar a veces el lado humano del Kid, como en la escena en que hablan junto a la bañera sobre una película francesa subtitulada que ella ha visto con Melba (La kermesse heroica), o cuando él la visita en la granja de sus padres y rompe el hielo gracias a sus juegos de cartas. Y Karl Malden como el serio organizador Shooter, veterano con reputación intachable, pero con una herida antigua (la devastadora derrota sufrida a manos de Lancey) y una debilidad (su esposa Melba, que se aburre con él). Joan Blondell, otra leyenda, como la veterana crupier Lady Fingers, que se dedica a chinchar a Lancey hablándole de sus coetáneos muertos o enfermos. Rip Torn, mundano e inquietante. Y secundarios capaces de definir personajes marcados, con unos pocos planos y unas pocas frases, tanto en la mesa de juego como entre el “coro griego” de espectadores, como Cab Calloway, Jack Weston o Jeff Corey…
Con una dirección brillante e imaginativa de Norman Jewison, la notable fotografía de colores apagados de Philip Lathrop, la gran banda sonora de Lalo Schifrin, y las mencionadas interpretaciones, El rey del juego es una intriga absorbente y un cuento moral sobre ganar y perder, entre un Kid que quiere hacerse con el “trono” del póker, y además quiere hacerlo a su manera, sin trampas, y un veterano que le dirá: “Eres bueno Kid, pero mientras yo esté por aquí, serás el segundo”.