Tras unos extraordinarios títulos de crédito, con los mosaicos de imágenes creados por Pablo Ferro mediante la pantalla partida, y con la inolvidable canción “The Windmills of Your Mind”, compuesta por Michel Legrand (música) y Alan & Marilyn Bergman (letra), asistimos a una extraña “entrevista de trabajo”. Un nervioso delincuente de poca monta, Erwin Weaver (Jack Weston), acude a la habitación de un hotel, en la que una figura que sólo se muestra a contraluz le recluta para un trabajo de conductor en un futuro “golpe”: deberá comprar un coche determinado, un Ford ranchera con laterales de madera, y estar preparado para actuar cuando reciba las instrucciones pertinentes. A cambio de 50.000 dólares, por lo menos. Luego conocemos al personaje titular, Thomas Crown (Steve McQueen), un millonario que ha hecho su fortuna negociando con propiedades inmobiliarias y divisas, y que acaba de cerrar una lucrativa operación. A través de diversas acciones paralelas, plasmadas mediante la pantalla partida, asistimos al desarrollo del robo de un banco en Boston. Cinco hombres, que no se conocen entre sí, que nunca se han visto anteriormente, y que suponemos que han sido reclutados por separado, igual que Erwin, confluyen en la operación. Cada uno tiene sus instrucciones, y recibe la orden de actuar a través de un teléfono público. En este momento, ya vemos que quien está detrás de todo el plan es Thomas Crown, quien controla a distancia los movimientos de sus peones. El robo es un éxito, y cada atracador deposita sus bolsas de dinero en la ranchera de Erwin, el cual conduce hasta un cementerio, donde lo deposita en una papelera. Los ladrones se dispersan, siguiendo cada uno su camino.
Poco después, Thomas Crown recoge el dinero (2.660.527,62 dólares, aunque el tema de los céntimos no queda claro, puesto que no vemos monedas) y, tras la correspondiente celebración, viaja a Suiza para depositarlo en una cuenta numerada. El FBI y el detective a cargo de la investigación, Eddy Malone (Paul Burke) están desconcertados por la brillantez de la operación y la falta de pistas. La compañía de seguros envía a la brillante investigadora Vicki Anderson (Faye Dunaway), para resolver en caso (a cambio de un 10% de lo que se recupere). Revisando los listados de viajeros frecuentes a Suiza (eran otros tiempos, en los que muy poca gente viajaba por avión), el número de sospechosos se reduce a una docena, entre los cuales la “intuición” (!) de Vicki se inclina por Thomas Crown. La investigadora entra en contacto con él, y empiezan un peligroso juego de “el gato y el ratón”, y también de seducción mutua…
Norman Jewison reconoció desde el principio que esta película era un caso de “estilo por encima del contenido”, a diferencia de sus películas de mayor “conciencia social” como En el calor de la noche. Pero, al mismo tiempo, intentó relacionarla con los temas que siempre le habían interesado: el poder, la lucha contra el establishment, la traición… Con el debido respeto, la pretensión de que veamos a Thomas Crown, un millonario con trajes de Savile Row y relojes Patek Philippe, como un “rebelde” anti-establishment, nos parece una tomadura de pelo. En realidad, Thomas Crown, aunque sea atractivo y carismático, e incluso envidiable, es un personaje con el que difícilmente podemos empatizar: un millonario aburrido, que no encuentra sentido a su vida y que roba por la emoción más que por la pasta… Gran parte del tiempo, le vemos haciendo “cosas de ricos”: jugando al golf, pilotando un planeador, jugando al polo (McQueen aprendió para la película), conduciendo un buggy playero (lo hizo el actor, sin necesidad de dobles), comprando obras de arte, bebiendo brandy caro… En fin, qué pena nos da, ¿verdad?
La secuencia del atraco es una pequeña obra maestra, por su concepción (cinco ladrones que no se conocen previamente, ni vuelven a encontrarse después, siguiendo cada uno sus propias instrucciones, dadas por Crown) y por su puesta en escena, gracias al magnífico uso de la pantalla partida, que permite mostrar simultáneamente como llegan al banco, cada uno por su lado, cómo ejecutan el plan y cómo se separan tras dejar las bolsas en el lugar señalado. Tras recoger el dinero, Crown se permite una celebración privada, se sirve un brandy, brinda con el espejo, como el Dioni en la canción de Sabina, enciende un cigarro… y agita los pies en el aire en un gesto de pura alegría. Un momento brillante de interpretación y dirección. La relación de persecución-caza-seducción entre Thomas y Vicki es el eje de la película. Su clímax se produce en la tensa y tórrida escena del ajedrez (“chess with sex”), seguida por uno de los besos más largos del cine comercial, con la cámara girando en torno a los protagonistas. Ambos se definen como “inmorales”, pero Vicki se salta unas cuantas líneas rojas, al robar el coche y secuestrar al hijo de Erwin para conseguir la confesión de su padre. Lo curioso es que el policía Malone, también fascinado por ella, sólo le hace un leve reproche, como si hubiera hecho algo un poco discutible, cuando se trata de delitos graves.
Pero ya decimos que se trata de “estilo”, no de ética, y lo que recordaremos del film es la brillantez del atraco, la pantalla partida, los trajes y coches, el ajedrez (mas el polo, el planeador y el buggy), y la canción.