Ciclo Jacques Demy

La bahía de los ángeles

EL MECANISMO DE UNA PASIÓN



Director: Jacques Demy

Guión: Jacques Demy

Fotografía: Jean Barbier

Música: Michel Legrand

Montaje: Anne-Marie Cotret

Diseño de Producción y Vestuario: Bernard Evein

Vestuario Jeanne Moreau: Pierre Cardin

Ayudante de Dirección: Costa Gavras

Productor: Paul-Edmond Decharme

Intérpretes: Jeanne Moreau, Claude Mann, Paul Guers, Henri Nassiet, Nicole Chollet, André Certes, Georges Alban, Jean-Pierre Lorrain, Conchita Parodi


Idioma (VOSE): Francés

Duración: 85'

SESIÓN 21.01.25

La película comienza con una apertura de iris sobre Jackie (Jeanne Moreau), vestida de blanco, en el Paseo de los Ingleses de Niza. Pero la cámara retrocede rápidamente, alejándose de ella a toda velocidad, en un asombroso trávelin marcha atrás, por un paseo marítimo desierto y llovido, mientras aparecen los títulos de crédito… En París, el joven empleado de banca Jean Fournier (Claude Mann) descubre un mundo nuevo cuando su compañero de trabajo, Caron (Paul Guers), le revela su afición al juego, en el que acaba de ganar un montón de dinero, que le ha permitido comprarse un flamante Citroën Tiburón. Caron incita a Jean a que le acompañe al casino de Enghien-les-Bains, donde el novato gana en un rato el equivalente a seis meses de sueldo. Ya está enganchado, pero, como todos los adictos, cree que todavía “controla” y que tiene los pies en la tierra… Desoye las razonables advertencias de su padre (Henri Nassiet), relojero de profesión: «Hasta ahora he sido un chico responsable, pero se acabó», le espeta. En vacaciones, en lugar de ir como siempre con unos parientes, se va a la Costa Azul, para jugar en los casinos de Niza y Montecarlo. Allí se encuentra con la fascinante y misteriosa Jackie Demaistre (Jeanne Moreau), con la que se había cruzado fugazmente en Enghien…

«Quería desmontar y demostrar el mecanismo de una pasión. Podría haber tratado perfectamente de alcohol o de drogas, por ejemplo», explicó Jacques Demy. El azar y el destino son temas centrales de su cine. Y el casino viene a ser un “azar institucionalizado”, con reglas. En el corto plazo, uno gana o pierde (azar), pero a la larga, uno siempre pierde (destino). También hay un guiño a la mitología: Caron es Caronte, el barquero que lleva a Jean, nuevo Orfeo, al (lujoso) inframundo, a bordo de su Tiburón. Para los personajes, el juego es una religión y entrar en el casino es como hacerlo en una iglesia. A Jackie no le interesa el dinero, sino la propia locura del juego, perderlo todo o ganarlo todo, pasar en una jugada de la riqueza a la miseria, o viceversa: «Si me gustara el dinero, no lo tiraría de esta manera. Lo que me atrae del juego es esta existencia idiota hecha de lujo y de pobreza», proclama. Para ella, esa pasión está por encima de todo, no se guarda nada, no tiene red de seguridad (bueno, un poco sí, los sablazos que le da a su amiga Marijo). Jean parece más sensato, se guarda un fondillo como medida de seguridad, por si acaso, pero queda deslumbrado ante un mundo de aventura que se opone a la rutina ordenada de su padre relojero, un mundo que él creía que sólo existía en las novelas y las películas.

Nos cuesta más empatizar con estos personajes que con los de Lola (personalmente, yo estoy con el padre). La relación entre Jackie y Jean durante ese verano, entre el lujo y el abismo, está marcada por un amor asimétrico. Jackie recuerda a Jean que no tiene ningún “derecho” sobre ella, que sólo son compañeros de juego y que le tiene a su lado porque le trae suerte, «como una herradura» (una comparación brutal que él no se toma muy bien). En la deslumbrante interpretación de Jeanne Moreau (que se come a Claude Mann, como su personaje al de él), con su cabello rubio platino casi blanco y su vestuario blanco y negro, Jackie reivindica su libertad: ha abandonado a su marido y a su hijo para entregarse a la pasión del juego, con todas las consecuencias. Pero tampoco es un “modelo de conducta” ni nos vale como ejemplo de “empoderamiento”. Es una adicta, y lo mismo nos fascina que nos da miedo («Me siento podrida por dentro», llega a decir, la misma frase de Barbara Stanwyck en Perdición). En este mundo de blancos y negros extremos, fotografiados por Jean Barbier, con la música circular y obsesiva de Michel Legrand, cualquier “final feliz” será efímero, como marca el travelling final marcha atrás, que nos distancia de lo que, inevitablemente, va a ocurrir después.

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